El mes de diciembre es muy importante alrededor del mundo. Está lleno de leyendas, relatos, costumbres familiares y religiosas, además de prácticas culturales. Sin embargo, es un mes realmente importante porque celebramos el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo.

Como creyentes, es difícil separar las tradiciones y los ritos del acontecimiento real. Sin embargo, es esencial procurar entender lo que la Biblia nos enseña sobre el nacimiento de nuestro Salvador. Su venida, o su encarnación, es motivo de gran regocijo y el verdadero motivo de nuestra celebración de la Navidad.

Se llama “la encarnación” porque es el momento histórico en el cual el Señor Jesucristo, el verdadero Dios, se hizo carne y nació como un bebé. La palabra “encarnación” no se usa en las Escrituras, pero el concepto claramente se expresa en las cartas de Juan: Cristo “se hizo carne”(Juan 1:14) y vino “en carne” (1 Juan 4:2; 2 Juan 7). Jesucristo es el Dios eterno, la segunda persona de la Trinidad, que siempre ha existido en espíritu y verdad. Y en un momento específico tomó la carne humana y vino a nuestro planeta como el Mesías, el que nos salvaría de nuestros pecados.

Al pensar en la encarnación, hay una pregunta que capta nuestra atención: ¿Es Jesucristo completamente Dios y hombre? La respuesta bíblica es: “Sí”. En su encarnación, adoptó la naturaleza humana para poder vivir como el verdadero Dios-hombre, haciéndonos entender de forma más completa la gloria y el plan del Padre (Juan 1:14).

Sin embargo, responder “sí” a la pregunta anterior, a pesar de ser una respuesta correcta, todavía nos deja con muchas preguntas. Hay numerosas perspectivas y opiniones sobre el cómo, el qué, el por qué y el quién de la encarnación. A lo largo de la historia, se han lanzado muchas teorías y explicaciones que, por lo general, tienen como fundamento el concepto de la kenosis de Cristo (la palabra kenosis viene del verbo griego traducido como “despojarse” en Filipenses 2:7). Esto es algo que procuraremos entender mejor en los próximos artículos.

Milagro y misterio

Como parte de cualquier estudio que realizamos, debemos reconocer nuestras limitaciones humanas. La encarnación es tanto un milagro como un misterio; y, por tanto, tenemos que contentarnos con el hecho de que jamás podemos sondear por completo sus profundidades, o conocer con absoluta precisión cada detalle.

Primeramente, un milagro es algo que no se puede entender plenamente con los sentidos humanos. La encarnación, al ser un milagro, es un evento único, algo que no se puede duplicar. Es una maravilla que desafía nuestra capacidad de comprender con exactitud. El Dr. John MacArthur escribe: “La encarnación es el milagro central del cristianismo, la suprema y más maravillosa obra que Dios haya hecho jamás”.[1]

En segundo lugar, un misterio suele conllevar un matiz de incomprensibilidad; sin embargo, el misterio de la encarnación no es así. Es más bien, un misterio en el sentido bíblico de la palabra (Romanos 16:25-26): algo revelado de una forma poco clara en el tiempo antiguo, esclarecido en el tiempo de Cristo y definido mejor por los apóstoles en el Nuevo Testamento. O sea, es algo que solamente se puede entender por la gracia de Dios a través de la revelación de Jesucristo, y tal revelación “se ha dado a conocer a todas las naciones para guiarlas a la obediencia de la fe” (Romanos 16:26). ¡Gloria a Dios!

“La encarnación, el momento cuando el Dios eterno entró en nuestro tiempo, tomando la forma de un bebé”.

Se trata entonces, del misterio del milagro más increíble en la historia del hombre: la encarnación. El nacimiento de Jesucristo es uno de los eventos más importantes en toda la historia de la humanidad y marca el amanecer del mejor regalo jamás dado al hombre. La encarnación, el momento cuando el Dios eterno entró en nuestro tiempo, tomando la forma de un bebé. Es un evento especial, no debemos cansarnos de meditar en él ni de predicar del mismo. Dios el Hijo bajó de su gloria, asumió la naturaleza humana y tuvo una vida perfecta con el fin de rescatarnos de todos nuestros pecados. ¡Qué maravilla!

La encarnación es fundamental para el mensaje de salvación

Pablo define la importancia del misterio de la encarnación en 1 Timoteo 3:16. Este versículo se destaca en el texto porque parece ser un poema o un himno antiguo. Su estilo de escritura es aun mejor que muchos de los poemas e himnos que hoy conocemos. Además, su estructura en el idioma original es fascinante.

El versículo comienza con la palabra “indiscutiblemente”, indicando que la verdad de la encarnación es tan fundamental que no puedes llamarte creyente si no la aceptas completamente como la Biblia la presenta. La encarnación es el fundamento de nuestro testimonio y de nuestra labor como creyentes.

Por lo tanto, este misterio nos debe transformar. Mientras más estudiamos y entendemos la encarnación, más transforma Dios nuestras vidas, nuestra adoración y alabanza. ¿No es así? Mientras más entendemos quién es Jesucristo, cómo vivió y qué demanda de nosotros, más cerca llegamos a vivir como Dios quiere.

El versículo presenta un contraste entre lo terrenal y lo celestial, un contraste que comienza con la humillación de Jesucristo (la encarnación) y termina con la exaltación (su glorificación).[2] Jesús fue manifestado, lo cual indica claramente que ya existía antes de su concepción humana. Además, es Dios de dioses, quien creó todo con su voz, tomó la forma de un bebé y se reveló en carne humana. ¿Cuándo fue la última vez que esta frase captó tu atención? Quizás nos hemos familiarizado tanto con esta verdad que ya no nos conmueve.

Pablo simplemente expresa una verdad muy profunda: Dios envió a su Hijo (quien ya existía), lo cual muestra su eternidad y divinidad. El Hijo estaba con el Padre y el Padre lo envió a la tierra para la redención del hombre. Jesús se hizo hombre al aceptar nuestra naturaleza humana, fue concebido por el Espíritu Santo y nació como el hijo humano de María. ¡Qué evento tan glorioso!

En el resto del versículo Pablo describe cómo la vida y el ministerio de Cristo comprueban que es el Hijo de Dios. El Espíritu Santo aprobó su ministerio y los ángeles testificaron de su vida desde su nacimiento hasta su resurrección. Su obra y testimonio se extendieron a todos, no solamente a los judíos. Su mensaje fue acogido por los que antes eran sus enemigos y, al final, fue recibido en gloria de nuevo, mostrando que Dios aceptó su sacrificio y confirmó su testimonio.

¡Cuán glorioso y magnificente es el misterio de la encarnación! Cristo dejó su gloria y vino bajo el mandato de Dios para efectuar nuestra redención. No podemos considerar la Navidad sin recordar la grandeza de la encarnación, y no podemos contemplar la grandeza de la encarnación sin ser cautivados por la obra de Cristo, y ser transformados por su gracia y su verdad.

Lee todos los artículos de la serie:

La encarnación de Cristo parte 1

La encarnación de Cristo parte 2

La encarnación de Cristo parte 3

La encarnación de Cristo parte 4


[1] John F. MacArthur, Jr., Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Filipenses (Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2012), 131.

[2] Gordon D. Fee, Comentario de las Epístolas a 1ª y 2ª de Timoteo y Tito (Barcelona: Editorial CLIE, 2008), 127.


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