La base del cristianismo bíblico es el evangelio. El evangelio son las buenas nuevas de Jesucristo. Si queremos comprender el plan de Dios para la humanidad, es indispensable entender aquello que está en el corazón de estas buenas nuevas. Allí en el centro, en el corazón del evangelio, está el concepto de redención.

En la Biblia, “la redención se refiere al rescate de Dios de los creyentes solo a través de la muerte de Jesucristo sobre la cruz y todos los beneficios que trae”.⁠[1] Así que en su forma más básica, la redención se refiere a un rescate. Eso inmediatamente tiene varias implicaciones: debe haber un rescatado, uno que rescata (el redentor), y algo de lo cual la persona es rescatada.

La Biblia es muy clara en definir todo esto. Los rescatados somos nosotros. El redentor es Dios en Jesús. Y somos rescatados del pecado. Para entender estos conceptos es imprescindible ir al Antiguo Testamento y examinar la base de la redención de Dios. Solo de esa manera podremos comprender verdaderamente lo que significa la redención para nosotros, los creyentes del nuevo pacto.

La redención en el Antiguo Testamento

El éxodo es el evento en el antiguo pacto que pone las bases para la correcta comprensión de lo que es la redención. Los israelitas se encontraban cautivos en Egipto, y Dios escoge a Moisés como el agente de liberación (Éx. 3). Dios se muestra poderosamente a través de prodigios y milagros (Éx. 7–12), y finalmente los israelitas logran salir de Egipto.

Sin embargo, antes de que los israelitas pudieran salir, Dios les mandó prepararse para una última señal que terminaría convenciendo al pueblo egipcio de dejar salir a Israel. Dios traería una plaga de gran mortandad. Todo primogénito del territorio moriría excepto si el ángel del Señor veía la sangre de un cordero inocente puesta sobre los dos postes y el dintel de la puerta de cada hogar (Éx. 12:7). Este cordero inocente sería el sustituto. Ese cordero se convertiría en una imagen de la redención de Dios, ya que el cordero era el pago del rescate por la vida del primogénito.

Después de que el ángel del Señor le quitó la vida a los primogénitos egipcios, los israelitas lograron salir de la esclavitud, y finalmente Dios triunfó sobre sus enemigos cuando el Mar Rojo sepultó al ejército egipcio (Éx. 14:28). Sobre el evento del éxodo Dios les dice después:

“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatadode servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (Dt. 7:7-8, énfasis agregado. Comp. Éx. 6:6–8).

La palabra hebrea que se usa aquí para “rescatado” (padah) significa “provocar la libertad o la liberación de una persona de la esclavitud o de ser posesión de alguien”.⁠[2] Nota en el pasaje que la redención, el rescate, no sucede debido a alguna característica intrínseca del pueblo de Israel. Todo lo contrario: Israel era un pueblo insignificante. Más bien, la base del amor redentor de Dios está en sí mismo, en el juramento que había hecho a sus antepasados. Así que la redención tiene a Dios como base. El pueblo de Dios es el rescatado de servidumbre, de faraón en Egipto. Así que en este pasaje tenemos a los redimidos (el pueblo de Dios), el redentor (Dios mismo por medio de Moisés), y aquello de lo cual fueron rescatados (servidumbre en Egipto).

El concepto de redentor lo vemos de una manera preciosa en el libro de Rut. Cuando Noemí reconoce que Booz es pariente de ellas, le dice a su nuera:

Sea él bendito de Jehová, pues que no ha rehusado a los vivos la benevolencia que tuvo para con los que han muerto. Después le dijo Noemí: Nuestro pariente es aquel varón, y uno de los que pueden redimirnos (Rut 2:20, énfasis agregado).

Booz, entonces, se convierte en su redentor. Es quien las rescata de la situación en la que se encontraban. Si no fuera por el redentor, ellas habrían continuado una vida de pobreza. Sin embargo, Dios les provee un rescate de su situación a través de un hombre: Booz.

Aunque Dios muchas veces usaba mediadores para traer su rescate, como Moisés o Booz, los judíos entendían bien que la redención, finalmente, provenía de Dios. De tal manera que “Redentor” se convierte en una de las descripciones de Dios en el Antiguo Testamento, y los profetas lo asocian con su nombre de pacto (Jehová o Yahvé). Por ejemplo:

“Así dice Jehová, Redentor vuestro, el Santo de Israel”, Isaías 43:14.

“Nuestro Redentor, Jehová de los ejércitos es su nombre, el Santo de Israel”, Isaías 47:4.

“El redentor de ellos es el Fuerte; Jehová de los ejércitos es su nombre”, Jeremías 50:34.

Por lo tanto, el pueblo judío entendía muy bien la importancia teológica de la redención en sus vidas y en la historia de su pueblo. El éxodo era la base para comprender la gran redención de Dios. Ellos habían sido esclavos en Egipto, pero Dios los había rescatado con grandes prodigios y milagros. La fiesta de la Pascua era un recordatorio de que la sangre de un cordero inocente se había derramado para rescatar a los primogénitos de la muerte. A lo largo de la historia del Antiguo Testamento, el concepto de redención se continúa desarrollando, tanto así que el mismo salmista usa esa palabra para referirse a cómo Dios los redimiría de sus pecados (Sal. 130:8).

Sin lugar a dudas, el pasaje en toda la Biblia que de manera más clara profetiza que la labor del Mesías sería la de un sustituto que traería redención a su pueblo es Isaías 53. Este “siervo sufriente de Jehová” llevaría nuestras enfermedades y dolores (53:4), sería herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados (53:4), sería un cordero llevado al matadero (53:7), cargaría con nuestro pecado (53:6) al poner su vida en expiación por el pecado (53:10), y llevaría el pecado de muchos (53:12). ¡Qué exposición más clara de la obra de redención en Jesucristo!

Con este conocimiento podemos ir al Nuevo testamento para ver lo que nos enseña sobre la redención.

La redención en el Nuevo Testamento

Los evangelistas son cuidadosamente enfatizan que los judíos del primer siglo esperaban la venida del Mesías, quién sería el redentor del pueblo. Por ejemplo, Ana la profetisa “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lc. 2:38). Los judíos entendían que el Mesías vendría a redimirlos. Lamentablemente habían confundido la redención de manera política en lugar de espiritual. Querían a uno que los rescatara del yugo romano, en lugar de rescatarlos del peor yugo: el pecado.

Antes de que el Señor Jesucristo comenzara su ministerio, Juan el Bautista estaba preparando los corazones del pueblo de Israel con su predicación de arrepentimiento para recibir el mensaje del Mesías (Jn. 1:23). Cuando finalmente Jesús se presenta delante de Juan, el profeta dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Esto, por supuesto, nos lleva al Antiguo Testamento y nos recuerda el tema de la redención que serpentea por todo el antiguo pacto. De la misma manera que los sacrificios en el Antiguo Testamento bajo la ley de Moisés representaban el perdón de pecados que Dios le otorgaba a su pueblo por medio del sacrificio de un animal inocente, de la misma manera Jesús, el Cordero perfecto e inocente, moriría como sustituto por Su pueblo.

Así que Jesús se convierte en el redentor todo aquel que cree en Él. Al morir en la cruz, Jesucristo expía y propicia el pecado de Su pueblo y muere como sustituto. En lugar de morir nosotros, Jesús muere en nuestro lugar y lleva sobre sí mismo nuestra culpa, nuestros pecados (1 Pe. 2:24). Es en Jesucristo “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Ef. 1:7). De manera que al derramar Su sangre en la cruz, es decir, al dar su vida, Jesucristo se convierte en el sacrificio último y perfecto, y de esa manera hace obsoleto cualquier otro sacrificio, puesto que es un sacrificio hecho “no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre” (Heb. 9:12). Todos los sacrificios del Antiguo Testamento eran sombra del último y gran sacrificio en Jesucristo. Aquel que verdaderamente pone su fe en Jesús como único y perfecto salvador es redimido de la esclavitud más grande, la esclavitud espiritual de nuestro pecado. Y así como Moisés fue el mediador de la redención de Israel bajo el yugo de Egipto, Jesús es más grande que Moisés al ser el perfecto mediador de la redención de Su pueblo bajo el yugo del pecado. Esta redención es más grande que cualquier otra porque, entre otras cosas, es gratuita (Rom. 8:23), y porque “hace perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).

Esta redención que hace Jesús tiene dimensiones pasadas, presentes y futuras. Vimos cómo el Antiguo Testamento prefigura la obra redentora de Jesucristo. Vimos también que el Nuevo Testamento atestigua que aquel que cree Jesucristo es redimido en el tiempo presente. Pero hay una dimensión futura también, la cual vemos ejemplificada en los veinticuatro ancianos que en el libro de Apocalipsis se postran delante del Cordero. Vale la pena citar esta magnífica escena:

“Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos”, Apocalipsis 5:9-14.

Si eres de Jesucristo, si has creído en Él, si gratuitamente has recibido la redención de tus pecados por la fe, entonces eres parte de esta canción que los redimidos entonarán eternamente agradecidos al Cordero perfecto que quita para siempre nuestros pecados.

Este artículo fue publicado originalmente en Palabra y Gracia


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