No tenemos nada que esconder. Jesús nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Nada está escondido de su vista. Así es como debe ser una relación. Sin embargo, seguimos intentando escondernos. Escondemos cualquier cosa vergonzosa que nos hayan hecho, las debilidades que nos hacen sentirnos menos que los demás, e intentamos esconder nuestros pecados. Considera especialmente tus pecados escondidos. 

Esconderse siempre tiene que ver con el temor; el temor de sentir que quedamos expuestos, la amenaza de que nos conozcan y nos rechacen. Nadie quiere que sus pecados personales se hagan públicos. Esto es normal. Pero no es lo mismo que encubrirlos.

Quizá estés tratando de esconder pecados pasados que todavía lamentas. En ese caso, necesitas una historia de perdón de la Escritura que pueda transformarse en tu historia. Cuando se te perdona mucho, amas mucho a Jesús y a los demás. Te sientes agradecido en lugar de culpable (Lc. 7:36-50).

Pero ¿y si estás escondiendo pecados presentes? En ese caso, el temor no es tu problema. En cambio, tu temor a quedar expuesto es un buen recordatorio de que hay una amenaza más profunda. ¿Cuál es? Se trata de la amenaza de creer que aferrarte a tu pecado es mejor que la cercanía con tu Dios.

Un ejemplo son los pecados sexuales. El problema no es tanto que Dios se haya alejado de ti sino que tú te alejaste de él. ¿Cómo podría la ansiedad no ser parte de una vida de aislamiento y de temor a que Dios y los demás te conozcan?

¡Ay de los que se esconden de Jehová, encubriendo el consejo, y sus obras están en tinieblas, y dicen: ¿Quién nos ve, y quién nos conoce?! (Isaías 29:15).

Mientras te escondes, empiezan a acumularse los engaños y las excusas: Dios no es bueno, el pecado no es peligroso, Dios no puede ver, no estoy haciéndole mal a nadie, volveré a Dios cuando termine, etcétera.

¿Imaginas una vida en la cual no tengas por qué esconderte? ¿O defenderte? ¿O poner excusas?

La perfección no es la respuesta. En última instancia, la perfección confía en sí misma, y eso constituye nuestros miedos. Lo que buscamos es la seguridad de que Dios siempre escucha a aquellos que acuden a él (Sal. 51:17). Siempre. Esto nos hace más humanos: nos volvemos más transparentes ante el Señor y les pedimos ayuda a personas sabias cuando estamos atascados.

Escucha lo que Dios les dice a aquellos que están atascados en el pecado y que dudan de volverse a él.

Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana (Is. 1:18).

Cuando nos volvemos a Jesús, razona con nosotros sobre su amor, el propósito de su muerte y el significado de su resurrección. Escucha. Después, habla con el Señor, usando sus mismas palabras.

Reflexiona

1. ¿Tienes miedo de que te descubran? Imagina que Jesús está aquí (porque lo está). ¿Qué le dirías? ¿Qué crees que te respondería? ¿Qué razones podría darte el Señor para sacar todo a la luz?

2. ¿Imaginas una vida sin esconderte de Dios? ¿Cómo te afectaría emocionalmente ser sincero ante Dios y los demás? ¿Y espiritualmente?

3. Piensa en una persona con la cual puedas compartir tu vida con sinceridad. ¿Por qué no la buscas y hablas estas cosas con ella?


Un pequeño libro para un corazón ansioso

Corazón ansioso

Este artículo es un extracto de “Un pequeño libro para un corazón ansioso”, que contiene 50 meditaciones bíblicas que abordan el temor, la preocupación y cómo superarlos.


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