Inicia un año y es un buen momento para revisar nuestras prioridades ¿Hemos vivido bajo un estándar bíblico? ¿Priorizamos lo que es debido? ¿Cuál fue nuestra escala de valores bajo la cual regimos nuestras decisiones este año que dejamos atrás? ¿Será que acaso habremos tenido prioridades distorsionadas?

En la primera parte de Mateo 12, Jesús se enfrenta a los fariseos por el asunto del sábado. Esto ocurre en dos viñetas: recogiendo espigas y sanando a un hombre. Pero lo interesante es que esto sirve para ilustrar el punto principal que Mateo (y Jesús) quiere que notemos: la escala de valores de los fariseos. Por ejemplo, Jesús dice: “Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí” (Mt. 12:6). Y, después, les pregunta “¿cuánto más vale un hombre que una oveja?” (Mt. 12:13). Estos versículos nos indican que el enfoque está en las prioridades distorsionadas de los fariseos. 

Los fariseos tienen un sistema de valores que está completamente al revés. Jesús los regaña por valorar el sacrificio por encima de la misericordia (Mt. 12:5). ¿Por qué? Porque esas prioridades distorsionadas impedían que apreciaran que, delante de ellos, estaba Uno que era mayor que el templo (Mt. 12:6) y más grande que el sábado (Mt. 12:8). Sus maltrechas prioridades permitían salvar a una oveja en el sábado, ¡pero no a un ser humano! (Mt. 12:11-12). ¡Estas prioridades son ridículas!

Pero ¿sabías que nosotros también solemos tener prioridades ridículas? Nos pasa en nuestra vida espiritual. Piensa un momento en lo que más valoramos: 

  • Valoramos un acto externo más que una virtud interna. 
  • Valoramos una serie de reglas más que una relación con Dios. 
  • Valoramos nuestro trabajo más que nuestra iglesia. 
  • Valoramos nuestro deporte favorito más que nuestro devocional personal.  
  • Valoramos el descanso más que la Biblia. 
  • Valoramos las riquezas terrenales más que las riquezas celestiales. 
  • Valoramos amigos humanos más que el Amigo que es más cercano que un hermano. 

No solo nos pasa en el ámbito espiritual. Tenemos prioridades distorsionadas en todas las facetas de la vida: 

  • Valoramos el entretenimiento más que la familia. 
  • Valoramos las posesiones materiales más que las personas. 
  • Valoramos las calificaciones más que el carácter cristiano de nuestros hijos. 
  • Valoramos la intimidad sexual más que la intimidad espiritual con nuestra esposa. 
  • Valoramos la intimidad emocional más que la intimidad espiritual con nuestro esposo. 
  • Valoramos un estatus social más que una relación con nuestros hijos. 
  • Valoramos la opinión de amistades digitales más que la relación con personas físicas. 

¡No somos tan diferentes a los fariseos! Nuestras prioridades están al revés, igual que las suyas. 

Si todavía no estás convencido, medita un momento en las decisiones que has tomado en las últimas semanas. Estas decisiones diarias revelan cuál es tu verdadera prioridad: 

  • ¿Cuántas veces has escogido dormir antes que levantarte a leer tu Biblia? 
  • ¿Cuántas veces has preferido ver un partido antes que hablar con tus hijos? 
  • ¿Cuánto insistes en que tus hijos hagan sus tareas? Y ¿cuántas veces les preguntas si han hecho su devocional?  
  • ¿Sales a cenar con tus amigos sin haber pasado tiempo con tu mejor Amigo, Jesús? 

Ahí está la realidad, plasmada en las decisiones diarias que hemos tomado. Es innegable que nuestras prioridades están al revés. 

¿Cuáles son los resultados de tener estas prioridades distorsionadas? 

Nos perdemos de lo que es de verdadera importancia. Los fariseos tenían delante de ellos, en carne y hueso, Aquel que era más grande que el Templo: el Señor del Sábado, el Rey de Israel. Y nunca lo pudieron ver. 

Nos sentiremos vacíos. Los fariseos no eran personas felices. Su amargura los cegaba tanto que no pudieron disfrutar de la presencia de Jesús en la tierra. Sus prioridades equivocadas evitaron que lo único que es de valor eterno llenara el hueco eterno en su interior (Ec. 3:11). 

Nos convertiremos en personas duras y exigentes. Así eran los fariseos. El vacío y la falta de satisfacción cerró los poros de su corazón, haciéndolos poco más que unos críticos insensibles. Por eso, aunque eran respetados por la sociedad, en realidad ni si quiera eran apreciados por la misma.

Nos perderemos a Cristo. Me refiero a no alcanzar la salvación. Y, quizás parezca exagerado, pero no lo es. Los fariseos prefirieron llevar a la cruz a Cristo antes que creer en Él. Como el joven rico, encontraremos que no podemos tener una prioridad pervertida y ser discípulo de Jesús al mismo tiempo (Mr. 10:17-27Mt. 6:24Lc.14:26). 

¿Cómo podemos corregir nuestra escala de prioridades? 

Cultivar una relación íntima y deleitosa con Dios es nuestra única esperanza contra las prioridades distorsionadas. Cada día, tenemos que pedir a Dios que encienda el fuego de nuestro amor por Él en el altar de nuestro corazón. Tenemos que rogarle que abra nuestros ojos para ver las maravillas de su ley (Sal. 119:18), que sus palabras sean más dulces que la miel (Sal. 119:103) y mas valiosas que millares de plata y oro puro (Sal. 119:72127).  

Si no luchamos por el deleite en Dios, nuestras prioridades distorsionadas nos arruinarán. Nadie querría descubrir, después de toda una vida persiguiendo cosas “importantes”, que ganar todo el mundo no sirvió de nada, pues perdió su misma alma (Mr. 8:36). 

Si te identificas conmigo (¡y con los fariseos!), y sabes que tienes tus prioridades al revés…

¿Orarías conmigo?

Señor, permíteme verte como el Señor del Sábado, Aquel que define lo que es verdaderamente valioso, virtuoso y deleitoso. Que entienda que eres ese “Uno que es mayor que el Templo” y mayor que todo lo que el mundo ofrece. No quiero pasar toda mi vida perdiendo lo que es, o mejor dicho, a Aquel que es la fuente más grande de deleite. Abre mis ojos para que te pueda valorar más que las riquezas, la comodidad, la opinión de los demás, o el placer. Ayúdame a tomar decisiones específicas hoy que demuestren un correcto sistema de valores, que valoro más lo importante que lo insignificante, y que te valoro a ti más que cualquier otra persona.

Amén.


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