Según Pablo en Efesios 6:4, la crianza de los hijos incluye, al menos, dos propósitos principales:

  • Amor/Devoción: Con el propósito de transmitir a nuestros hijos una pequeña muestra del amor pastoril de Dios, lo cual fomenta la confianza amorosa en el Señor y el amor sacrificado por los demás.
  • Santidad/Disciplina: A fin de transmitir a nuestros hijos una pequeña muestra de la santidad soberana de Dios, la cual fomenta la sumisión respetuosa y la entrega gozosa al Señor.

Con sus acciones, nuestros hijos se preguntan: “¿Soy amado con un amor que no puedo ganar ni perder?”. Con nuestras actitudes y acciones, respondemos: “Eres amado con un amor lleno de gracia”.

Con sus acciones, nuestros hijos también preguntan: “¿Puedo obtener lo que quiero sin importar el costo?”. Nosotros respondemos, “No, porque eres amado con un amor santo”.

Pablo nos anima a pastorear con ternura a nuestros hijos en la soberana y santa disciplina del Señor. En Hebreos 12:5-11, encontramos una descripción cuádruple de cómo es la disciplina de nuestro Padre celestial. Esta es:

  •  Personal: Nos disciplina como a sus hijos por amor y para nuestro bien.
  • Propositiva: Nos disciplina para que podamos participar en su santidad.
  • Penosa: Aplica efectos dolorosos por la insensatez del corazón.
  • Potencialmente productiva: Su disciplina está diseñada para producir un fruto apacible de justicia y paz a los que en ella han sido ejercitados.

La disciplina de nuestros hijos debe seguir el modelo de la disciplina de nuestro Padre celestial, esto significa que, desde el cuidado y el amor pastoril, desafiamos y confrontamos el corazón de nuestros hijos, por lo tanto, en este primer artículo analizaremos las primeras dos descripciones de dicha disciplina.

La disciplina de los padres es personal: Comienza y finaliza con amor

Seamos sinceros, porque todos hemos pasado por esto. Hemos intentado una y otra vez enseñar y disciplinar pacientemente a nuestros hijos, pero su rebeldía y falta de respuesta y respeto ponen a prueba nuestra paciencia. En nuestros intentos de no exasperarlos, ¡nos hemos exasperado! En ese momento, estamos tentados a disciplinarlos, no por amor a su bienestar, sino por nuestra rabia impía y por nuestra frustración. Sigamos siendo sinceros al reconocer la hipocresía de disciplinar a nuestros hijos con ira no santa ¡para que sean más santos!

Salomón explica que “el que ama a su hijo, desde temprano lo corrige” (Prov. 13:24).

La palabra de Salomón para “ama” significa estar profundamente deseoso, ser lealmente afectuoso, deleitarse tiernamente. Esto nos recuerda otro proverbio que describe a Dios como un padre que disciplina al hijo en el que se deleita (Prov. 3:12). “Deleitarse” significa “sentir placer”. En nuestra disciplina, ¿sentimos más placer en desahogar nuestra frustración que en nuestro hijo? Cuando nos negamos a disciplinar, ¿sentimos más placer en nuestra comodidad y tranquilidad que en el duro trabajo de pastorear el corazón de nuestro hijo?

En primer lugar, mientras disciplinamos, comunicamos amor a través de nuestro control emocional. Observa que no he dicho “por no sentir emociones”. Los niños rebeldes provocarán una multitud de sentimientos en los padres. Hablamos de los “tiempos muertos” como disciplina parental. A veces necesitamos “tiempos muertos” antes de disciplinar. Debemos tomarnos un tiempo con Dios para calmar nuestro espíritu antes de ocuparnos del espíritu de nuestro hijo.

En segundo lugar, expresamos amor en la disciplina mediante una explicación adecuada a la edad sobre las normas, la infracción y la consecuencia.

Tercero, mostramos amor en la disciplina a través de una provisión de aceptación. Piensen en lo que habría ocurrido en el corazón del hijo pródigo cuando regresó a casa arrepentido si el padre lo hubiera rechazado en lugar de correr hacia él, abrazarlo y reafirmarle su amor.

La disciplina de los padres es propositiva: Corregir la insensatez del corazón

Probablemente, todos hemos dicho: “Siento que constantemente ¡estoy disciplinando a mis hijos por algo nuevo!”. Si no tenemos cuidado, podemos convertirnos en padres fariseos, disciplinando a nuestros hijos por un montón de reglas legalistas que solo están basadas en nuestro sentido de control y comodidad.

Dios nos disciplina para que podamos participar en su santidad; y la santidad es, ante todo, un asunto del corazón. Jesús confrontó a los fariseos porque se centraban en el comportamiento externo —el exterior del vaso— en lugar de hacerlo en los asuntos más importantes del corazón: la justicia, la misericordia y la fidelidad—-el interior del vaso— (ver Mt 23:13-26). Salomón está de acuerdo con este enfoque del corazón: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Prov 22:15). No orientamos nuestra disciplina simplemente para intentar cambiar los problemas superficiales, externos, del comportamiento. Enfocamos nuestra disciplina hacia la insensatez interna del corazón.

Proverbios 28:26 proporciona la explicación bíblica más clara sobre la necedad del corazón: “El que confía en su propio corazón es necio”. Salomón identifica la necedad del corazón con los pecados de egocentrismo, autosuficiencia y soberbia.

Los salmos 10 y 14 describen estos pecados insensatos, representando al necio que dice de innumerables maneras: “¡No necesito a Dios! ¡No me someteré a Dios! ¡Puedo hacer que mi vida funcione muy bien sin Dios! ¡No tengo que rendir cuentas a Dios!”. Escuchen el corazón del necio en el Salmo 10: “No hay Dios en ninguno de sus pensamientos” (v. 4). O, “Él dice en su corazón: No seré movido jamás. Siempre seré feliz y nunca tendré problemas. Dios se ha olvidado. No me pedirá cuentas” (vs. 6, 11, 13, paráfrasis del autor).

En la disciplina parental sabia, buscamos patrones de comportamiento que indican una actitud insensata del corazón; el interior del vaso:

  • Egoísmo; egocentrismo: “¡La vida gira en torno a mí! ¡La vida no es todo acerca de Dios!”.
  • Autosuficiencia: “Puedo hacer que la vida funcione por mí mismo. No necesito a Dios”.
  • Soberbia: “Puedo salirme con la mía sin costo alguno. No tengo que rendir cuentas a Dios”.

Extracto del libro Criando hijos con palabras de gracia, publicado por Editorial EBI.


Criando con palabras de gracia

Lo que dices y cómo lo dices tiene la capacidad de invitar a tus hijos a profundizar la relación contigo o de alejarlos. Es más, en un sentido muy real, tus palabras representan —o representan mal— las Palabra de Dios a sus hijos. Esto significa que tienen el poder de determinar la manera en que tus hijos vean a su Padre celestial.


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