San Agustín intentó depositar sus preocupaciones en el Señor (1 Pedro 5:6-7), pero no funcionó. Eso nos sucede todo el tiempo a nosotros también. Pedimos a Jesús que elimine nuestras miserias, preocupaciones y desesperación, y no sucede nada, así que pasamos a otras estrategias. Sin embargo, San Agustín aprendió que el problema estaba en él.

Tú [Dios] no fuiste para mí algo sólido o sustancial. Porque Tú no eras Tú mismo, sino un mero fantasma, y mi error fue mi Dios. Si intentaba depositar mi carga sobre ello para que descansara, se deslizaba por el vacío y volvía a caer sobre mí.[1]

El dios de Agustín no era Dios. Agustín había dejado la iglesia en medio de sus dudas. Los maniqueos lo habían cautivado y lo que parecía ser su búsqueda más sofisticada de la verdad. Esencial en esta búsqueda era una respuesta al problema y la presencia del mal. El dios de Agustín estaba limitado por el mundo físico, en la creación, en lugar de estar por encima de ella. Estaba en conflicto con el mal igualmente poderoso en el mundo, por lo que no podía haber esperanza de justicia y victoria final. El mal en la humanidad reflejaba este enfrentamiento entre el bien y el mal. Dado que este mal estaba fuera de nosotros, no teníamos más opción que aceptar pasivamente su presencia.

Vivir con este dios se volvió demasiado para que Agustín soportara, y la falta de integridad entre los iluminados maniqueos comenzó a exponer un sistema que era superficial y ridículo. Agustín ya no podía huir del Dios verdadero y sólido.

Ahora, a través de sus Confesiones, Agustín nos pregunta si nuestro Dios es sólido. ¿Estamos confundidos por el mal aparentemente desenfrenado a nuestro alrededor? ¿Es lo suficientemente fuerte Dios para descansar en Él? ¿Es Él el Santo, sin competidores dignos, a quien nos sometamos? Lamentablemente, nuestras respuestas, aunque no sean totalmente maniqueas, tienden a ser una mezcla de Escritura, improvisaciones y quizás algunas acusaciones. Las dudas son inevitables, pero provienen de nosotros, no de nuestro Dios.

Mi dios no siempre es sólido, pero mi Dios siempre lo ha sido. Uno de esos momentos sólidos fue durante lo que parecía un momento particularmente peligroso. Jesús me rescató a través de realidades espirituales muy simples: Dios es grande y fuerte; soy un pecador completamente perdonado y amado (Salmo 62:11-12). Mi Dios estaba por encima de todo en lugar de participar en una batalla de ganar-perder. Mis pecados eran lo único que podía alejarme de su protección. Pero en Cristo he sido perdonado, y así nada podía separarme de Él.

[1] Las Confesiones de San Agustín (Pocket Books: Nueva York, 1951), 52. 


Esta traducción tiene concedido el Copyright © (8 de junio de 2019) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulad “The Solid God”, Copyright © 2021 fue escrito por Ed Welch. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por José Luis Flores, Editorial EBI. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor. 

This translation is copyrighted © (June 20, 2019) by the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). The original article entitled “The Solid God”, Copyright © 2021 was written by Ed Welch. All content is protected by copyright and may not be reproduced in any manner without written permission from CCEF. Translated in full with permission from the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) by José Luis Flores, Editorial EBI. Sole responsibility of the translation rests with the translator.


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