Como se mencionó en el artículo anterior, Satanás ha tratado de torcer astuta y sutilmente la Palabra de Dios para desviar a las personas de la verdad, por lo tanto, como oveja de Cristo, usted necesita tener sus oídos entrenados para diferenciar entre la voz de un verdadero pastor y la voz de un extraño, y así saber de quién huir y a quién seguir. 

Debe ser capaz de reconocer a los lobos cuando los escucha, pues se disfrazan de predicadores y maestros cristianos, autores cristianos, consejeros cristianos, cantantes cristianos, etc., que están siendo utilizados por Satanás para engañar y devorar el rebaño de Cristo. En esta segunda entrega analizaremos otras dos preguntas que usted puede aplicar a cualquier maestro con el que se encuentre.

¿Buscan con humildad honrar a Dios y ayudar a otros? ¿Lo hacen gratuitamente, sin fines de lucro?

A los falsos maestros no les importan cosas como el amor, un corazón puro, una buena conciencia y una fe sincera. Sus enseñanzas no producen estas cosas; ni siquiera intentan hacerlo. En lugar de apuntar a un objetivo, se desvían sin rumbo en la dirección equivocada, como un viajero perdido que nunca llega a su destino. Sus mensajes no son más que diálogos y debates ociosos, inútiles, vacíos. Con arrogancia y egoísmo codician el papel de predicar/enseñar dentro de la iglesia y, sin embargo, carecen de la capacidad para enseñar. No son más que sabelotodos egocéntricos que exudan una confianza que le hace a uno pensar que lo que dicen es verdad, sin embargo, no tienen ni idea de lo que están hablando (2 Ti. 3:6-7).

Hay varios motivos que impulsan a los falsos maestros. En algunos es aumentar su ego. En otros es aumentar sus cuentas bancarias. Otros buscan reconocimiento o quieren satisfacer sus deseos sensuales. No buscan honrar humildemente a Dios ni ayudar a los demás. Simplemente están en esto por sí mismos. Son egoístas y engreídos (1 Ti. 6:3-5; Tit. 1:10-11).

Desde el principio de los tiempos, ha habido una larga fila de estafadores religiosos que se aprovechan de personas crédulas prometiéndoles ayuda mientras les quitan su dinero. Desde Balaam (2 P. 2:15-16; Jud. 1:11), hasta Simón el mago (Hch. 8:9-24), hasta Tetzel, quien descaradamente vendía indulgencias prometiéndole a la gente que “cada vez que sonara una moneda en el cofre, un alma salía del purgatorio”, a muchos de los tele-evangelistas de hoy en día que se sientan en escenarios opulentos con trajes caros y muchas joyas de oro prometiéndole el mismo tipo de prosperidad si tan solo les enviamos nuestro “dinero como siembra”. Justifican su lujoso estilo de vida diciendo que es la bendición de Dios sobre sus vidas a causa de su gran fe. Quieren que usted crea que podría tener lo mismo si tan solo confiara en Dios como lo hacen ellos.

Una de las mejores maneras de discernir si vale la pena escuchar y aprender de alguien es examinar el enfoque de su enseñanza. ¿Giran ellos en torno a sí mismos o hacia el dinero? ¿Se enfoca su ministerio en la gloria de Dios o en su propia gloria? ¿Parecen ser indulgentes consigo mismos a expensas de aquellos a quienes se supone que deben ministrar? ¿Piden dinero constantemente? ¿Se muestran orgullosos o humildes?

¿Cuál es su mensaje del evangelio? ¿Lo explican clara y correctamente? ¿Está basado en obras o en la gracia que glorifica a Dios?

Finalmente, necesitamos evaluar el evangelio de un predicador/maestro. Pablo declaró que estos falsos maestros querían ser “maestros de la Ley” (1 Ti. 1:7). Pero malinterpretaban y aplicaban mal la ley. Sin embargo, eso no significa que la ley sea mala. Pablo aclaró cómo la ley y el evangelio trabajan juntos en perfecta armonía. La ley es la voluntad de Dios para la humanidad. Es el estándar por el cual él quiere que vivamos; y se resume en los Diez Mandamientos.

Parece que estos falsos maestros mezclaban el judaísmo con el cristianismo y defendían algún tipo de justicia basada en las obras, enseñando que una persona puede ganar su salvación guardando la ley (haciendo buenas obras). Esta es, por mucho, la herejía más común que ha plagado a la iglesia desde sus comienzos. Ha tomado muchas formas diferentes, pero siempre se reduce a decir que la fe en Cristo no es suficiente para la salvación. Según esta herejía necesitamos creer en Jesucristo además de guardar los sacramentos, realizar rituales y ceremonias especiales, ser bautizados, unirnos a una iglesia en particular, dar cierta suma de dinero o hacer algún otro tipo de buena obra. Sin embargo, la Biblia dice una y otra vez que nadie puede ganar la salvación haciendo buenas obras. La salvación es un regalo gratuito de la gracia de Dios que recibimos solo a través de la fe en Cristo (2 Ti. 1:9; Tit. 2:11-14; 3:5, 8).

Dios no dio la ley para que al guardarla nos ganáramos la salvación. La dio para mostrarnos que no podemos guardarla y que ninguno de nosotros es lo suficientemente bueno para salvarse a sí mismo por lo que necesitamos urgentemente un Salvador. El propósito de la ley es exponer nuestra pecaminosidad y ayudarnos a ver cuán lejos estamos de alcanzar la norma de Dios y cuánto hemos ofendido a un Dios santo, y así correr a Cristo en arrepentimiento y fe para salvación (Ro. 3:20; 7:7; Gá. 3:24).

Pablo pasó a dar una larga lista de los tipos de personas que la ley estaba diseñada a exponer: “para los transgresores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los que matan a sus padres o a sus madres, para los asesinos, para los inmorales, homosexuales, secuestradores, mentirosos, los que juran en falso” (1 Ti. 1:9-10). Hay una conexión clara con los Diez Mandamientos. Los tres primeros pares de esta lista corresponden a la primera sección de los Diez Mandamientos que trata de las ofensas a Dios. Luego, Pablo pasa a enumerar a los que violan el segundo grupo de mandamientos con respecto a nuestro prójimo; y concluye con una referencia exhaustiva a cualquier comportamiento que sea contrario “a la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que me ha sido encomendado” (vv. 10-11), es decir, cualquier comportamiento que esté en oposición a la enseñanza pura, precisa y saludable de la Palabra de Dios, o que contradiga el evangelio de alguna manera.

La vara de medir de Pablo para lo que era verdadero o falso, correcto o incorrecto, era el mensaje del evangelio que Dios le había confiado. Pablo advirtió a los gálatas que “si aún nosotros, o un ángel del cielo, les anunciara otro evangelio contrario al que les hemos anunciado, sea anatema” (Gá. 1:8). Defendió firmemente el evangelio y al mismo tiempo afirmó que no hay conflicto entre la ley y el evangelio. Ambos cumplen roles igualmente importantes que se complementan entre sí. La ley nos muestra que somos miserables pecadores que merecemos morir e ir al infierno, y el evangelio nos muestra que Jesús murió y resucitó para brindar perdón y vida eterna a todos los que se arrepientan y pongan su fe solo en él para salvación. En pocas palabras, la ley nos muestra por qué necesitamos ser salvos, y el evangelio nos muestra cómo podemos ser salvos.

Entonces, el cuarto y último criterio para discernir si alguien es un maestro verdadero o falso es evaluar su comprensión de la armonía entre la ley y el evangelio. Lo que debe preguntarse es si ellos usan la ley correctamente como preparación para el mensaje del evangelio o como medio de salvación. ¿Enseñan que una persona puede ser salva solo por gracia, por medio de la fe solo en Cristo y solo para la gloria de Dios?

Confío en que estas preguntas simples y directas lo ayuden a diferenciar a los falsos maestros del resto, para que pueda hacer oídos sordos a sus enseñanzas dañinas y así asegurarse de escuchar solo enseñanzas sanas y saludables que nutren su alma y promueve su salud y crecimiento espiritual. Escuchar la sana doctrina de manera sistemática es vital. 

Este post es un extracto del libro Escucha expositiva, Publicado por Editorial EBI.


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