Es necesaria la guía del Espíritu Santo para mirar a Cristo

La lectura de la Biblia separada de la guía del Espíritu Santo no revelará eficazmente al ser humano su necesidad de salvación. Pablo lo explica cuando recuerda en oración:

No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento… (Ef. 1:16-18).

¿A qué clase de “entendimiento” se refiere Pablo? Muy simple. Se refiere a entender espiritualmente por medio de la iluminación del Espíritu Santo. Estamos hablando de lo que Jesús había ya prometido (Jn. 14:26). Pablo está haciendo uso de esa promesa para afirmar que fuera del poder iluminador del Espíritu Santo, uno no puede ser alumbrado para entender la Palabra de Dios. Pablo vuelve a hablar de este precioso entendimiento, el cual nos revela que

Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz (Col. 2:13-14).

De nuevo, el telos (el fin o el propósito en griego) de toda la Biblia es revelar que Cristo es el Mesías prometido en el Antiguo Testamento, el cual fue preparado y apartado desde antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20), para rescatar de sus pecados, primero al judío y después al griego (Ro. 1:16).

Pablo llama a este mensaje central de la Biblia “la palabra de la cruz”, que por cierto señala que es considerado como una “locura” entre los que se pierden, es decir, para los que no son llamados por el Espíritu Santo de Dios (1 Co. 1:18; Ro. 8:30).

Aunque podamos percibir de manera natural el desglose de un sistema estructurado de doctrinas en la Biblia, esa percepción ordinaria no nos revelará por sí sola el mensaje de salvación que es por medio de Cristo. Lo que quiero decir es que nadie se salva por entender los detalles la doctrina de los ángeles o por comprender los diferentes puntos de la doctrina del Espíritu Santo. Siempre habrá una parte “racional” que tal vez pueda tener sentido para la mente natural, pero la lectura de la Biblia sin la iluminación del Espíritu Santo es una lectura parcial, alejada del punto central de toda doctrina bíblica: la redención de la criatura y de la creación en Cristo.

Sin haber nacido de nuevo del Espíritu Santo, nadie verá la obra de Cristo revelada en las Escrituras —por lo menos no en una forma salvífica (Jn. 1:5).

De acuerdo con la Escritura, solo los hijos de Dios reciben el Espíritu de Cristo (Gá. 4:6). Solo por el Espíritu Santo podremos conocer las cosas de Dios (1 Co. 2:11-13), y solamente por medio del Espíritu de su Hijo podemos dar evidencia genuina de que hemos recibido el perdón de pecados y, por lo tanto, vida eterna (Ro. 8:9).

Podemos afirmar entonces, que la segunda Persona de la Trinidad, Jesús, es la figura revelada en las Escrituras como el Salvador que redimirá la creación y la criatura —en quien todas las promesas de Dios, absolutamente todas, encuentran su sí en Cristo (2 Co. 1:20).

Volvemos a recalcar que Jesús no aparece en cada pasaje de la Biblia, pero sí es descubierto en toda la Escritura en el sentido de que cada texto se construye sobre la narrativa que apunta hacia la revelación del plan de redención de Dios en Jesucristo.

Quisiera enfatizar que existen interpretaciones que buscan, de forma irresponsable, “encontrar a Cristo”, por ejemplo, en las cinco rocas que David tomó para matar al gigante Goliat (1 S. 17:40), o que buscan decir que cada árbol que se menciona en la Biblia se conecta con la cruz de Cristo.

Sin embargo, quisiera mostrarles cómo los diferentes relatos de la Escritura sí nos apuntan a Jesucristo y su salvación sin caer en esos errores.

El Espíritu Santo apunta a Cristo en toda la Escritura

Por ejemplo, cuando David pecó con Betsabé (2 S. 11), cuando Salomón cayó en lujuria y apostasía (1 R. 11) o cuando Elías se deprimió por la persecución pagana en su contra (1 R. 19), podemos como oler y hasta casi saborear que esos textos nos apuntan hacia la necesidad desesperada de que alguien redima a aquellos que no pueden alcanzar el estándar de Dios y viven bajo los efectos del pecado y sus consecuencias.

Cuando en las Escrituras leemos de guerras, traiciones y las manifestaciones dolorosas e infames de múltiples pecados, podemos percibir con absoluta claridad que la creación y la humanidad está rota, corroída, afectada, corrompida y corrompiéndose más y más. Basta ver la prensa y las redes sociales para leer de muerte, dificultades, problemas y muchos dolores.

La Biblia es un libro absolutamente realista que nos muestra la naturaleza humana sin tapujos y en todas sus luces y sombras. Leemos en el Pentateuco, por ejemplo, que Israel vivió en esclavitud casi por medio milenio, que el Faraón que los tenía oprimidos ordenó, de forma malévola, asesinar a los bebés de los hebreos. Leemos que el pueblo de Israel adoraba a dioses falsos o que asesinaban a los profetas que Dios enviaba para amonestarlos.

Todas esas historias dramáticas nos demuestran que la creación necesitaba de un salvador.

Solemos decepcionarnos cuando vemos que nuestros “héroes bíblicos” no siempre vivieron tan heroicamente y por eso seguimos anhelando un verdadero héroe, un verdadero salvador, alguien con carácter, autoridad y fortaleza que venga a rescatarnos de nuestra perdición —que haga lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. Pablo lo explica de la siguiente manera:

Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:22-23).

Puedes notar cómo Dios dice que ambos, la creación y el ser humano, “gimen” ante la necesidad urgente de redención eterna y perfecta. Por eso afirmo que la Biblia presenta a Cristo como la única figura que nos puede salvar de nuestros pecados. No es Abraham ni Moisés, no nos salva la ley ni tampoco Samuel o David —el único Redentor de la creación y de la criatura destinado a salvarnos desde antes de la fundación del mundo es el Señor Jesucristo.

Quisiera recalcar esto porque vemos que Cristo no solamente restaurará al ser humano a su estado original de inocencia, sino que también la creación será sanada y volverá a su estado original de perfección y belleza.

Cuando leemos que Dios hizo una promesa de redención en Génesis, podemos respirar con mucha tranquilidad. Aun cuando lo merecíamos, Dios no nos dejó huérfanos y sin esperanza. Con la muerte del primer sacrificio animal (Gn. 3:21), Dios estaba mostrándonos el camino a la vida —el inocente muere por el culpable, el justo da su vida por el injusto.

A partir de ese momento misericordioso, el plan de salvación que había sido establecido desde la eternidad (Ef. 1:4) comenzó su ejecución divina. La creación y la criatura, estropeados, caídos y muertos en su pecado, rebeldes y separados de Dios, ahora solo estaban en espera del rescate prometido (Gn. 3:15).


¿Qué problema hay?

Muchas personas sufren por no entender la Biblia, por no ver la conexión del Antiguo y Nuevo Testamento y por no apreciar la belleza de cada palabra revelada. En El Rey y su Reino, el autor explica claramente la unidad armoniosa de las Escrituras y expone el tema central de toda la Biblia: el Reino de Dios. Entender que el Reino de Dios es el tema central de las Escrituras, transformará radicalmente la forma en la que lees tu Biblia—tu lectura y entendimiento de la Palabra de Dios nunca será la misma.


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