Estuve conversando con mi esposo acerca de la actitud de algunas personas; era claro que eso estaba alterando de manera significativa mis emociones. No me había percatado de cuánto estaba haciendo mella en mi corazón hasta que pensé en escribir acerca de esas actitudes.

De ser una lluvia de ideas en lo secreto de mis pensamientos acerca de lo que diría mi escrito, se convirtió en un monzón que buscaba destruir lenta y sutilmente el carácter de aquellas personas. Me di cuenta de que no buscaba hablar acerca esas actitudes o de las emociones que me provocaban a la luz del evangelio, sino que quería descargar con una furia pasivo-agresiva todo lo que no podía decir de frente.

Me topé con pared al escucharme hablar acerca de lo que diría mi escrito. De pronto sentí como se contrajeron algunos de mis músculos y me escuché decir: No, no lo escribiré. Hace mucho que dejé de usar mis letras para atacar a otros —incluso a aquellos con quienes difiero—; ya sea en su carácter, su trabajo o servicio. Anhelo que mis letras construyan, edifiquen y animen a vivir la vida en Cristo. Un día a la vez.

Creo tanto en el poder que tenemos para construir o derribar a otros a través de nuestras palabras, que prefiero usar mis letras como ladrillos que edifiquen, que sostengan, que afirmen. No quiero que sean ladrillos usados para lastimar, para derribar o para lapidar a otros.

Estoy convencida de que Dios me ha dado la oportunidad de expresarme mejor a través de mis palabras escritas para afirmar Su verdad en mí y en quienes me leen también. Quiero honrar eso.

Siempre me asombra la manera en cómo Dios actúa en mi corazón. Es un asombro que no quiero perder nunca. Me asombra que en algo tan natural y cotidiano para mí, como pensar y planear qué escribir, Dios hablara a mi corazón y me mostrara mi actitud pecaminosa; pero no solo eso, también me recordó su evangelio. Eso también me sigue asombrando. 

Leer a lo largo de la Biblia cómo es que Dios siempre nos afirma, nos recuerda nuestra identidad en Cristo antes de mostrar nuestra pecaminosidad y darnos la salida, me asombra muchísimo. Nos dice quién es Él, qué ha hecho en nosotros y lo que nos corresponde hacer en respuesta a eso. Me asombra.

Eso me ha llevado a preguntarme por qué los seres creados a Su imagen y teniendo la identidad de hijos suyos, no actuamos como Él. Ciertamente no somos dioses, pero sí somos el reflejo tangible de la imagen de Dios en esta tierra; mostramos a otros, de manera no perfecta por el pecado que distorsiono todo, cómo es que Dios actúa y obra en los corazones de su creación.

Entonces ¿cómo es que estoy usando mis letras para mostrar a Cristo? ¿Cómo es que mis letras animan, edifican y acercan a otros a Cristo? ¿Cómo es que mis letras —así sea en poesía, ficción o prosa— son una alabanza a Dios? ¿Cómo mis letras animan a otros a ir y refugiarse en la Palabra de Dios? ¿Cómo es que mis letras son portadoras de las buenas noticias y no solo de las malas?

Destellos de gracia

Fueron destellos de gracia a mi corazón. Momentos de alabanza a Dios porque aún en lo cotidiano me recuerda que Él está presente, que me escucha, me recuerda; Él ve y conoce las motivaciones de mi corazón y obra en mí para arrepentimiento, por amor, por quien soy en Cristo.

Eso me llevo a hacer conciencia de que solo yo soy responsable por cómo me siento; no soy responsable de las actitudes, ni de los pecados de otros ni tampoco soy su salvadora. Y, es que aún vivimos en un mundo caído donde todos los días tendremos decepciones, dolores, enojos, frustraciones, nos lastimaremos unos a otros. Pero todo eso no debería ser lo que guía y gobierne nuestro actuar, porque si actuamos con base a lo que experimentamos dejaremos fuera al evangelio.

El apóstol Pedro escribió: 

“Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación” (1 Pe. 2:12).

Es una lucha constante porque en nuestra naturaleza vamos a querer hacer justicia por nuestra propia mano —o letras—, vamos a querer seguir haciendo nuestra voluntad y lo que creemos es correcto. No obstante, en Cristo, en oración y con ayuda del Espíritu Santo podremos ir una y otra vez en arrepentimiento y en busca de ayuda ante el Padre. ¿Para qué? Para dar testimonio de Cristo.

Vivimos en este mundo rodeados de creyentes y no creyentes. ¿Cómo es nuestra conducta? No se trata de moralismo, sino de cristianismo. Se trata de vivir la vida como Cristo la modeló, se trata de andar como Él anduvo.

Podemos ser intencionales al dar testimonio de Cristo en nuestra vida, en todo lo que hacemos, decimos y escribimos. Se trata de vivir con integridad, un día a la vez, con su ayuda siempre porque por nuestra conducta y el testimonio que damos, es posible que otras personas glorifiquen a Dios.

Mi anhelo

En verdad anhelo ser de las que edifican a otros en lugar de derribarlos; quiero ser de las que afirman en lugar de atacar; quiero ser de las que resaltan las virtudes de los demás en lugar de sus errores. Quiero ser portadora de buenas noticias en lo cotidiano y mi entorno inmediato, pero también a través de mis letras.

Anhelo dar testimonio de la historia que transformó mi historia, de la vida que transformó mi vida, del amor que me llevó a experimentar el amor a otros. Quiero dar testimonio de que en la vida con Cristo hay esperanza de una vida mejor, en esta tierra, pero también en la que vendrá.

Anhelo que Dios siga formando mi carácter y sea más parecido al de Cristo, cada día. Ven, Señor Jesús.

Evidencias de gracia en días soleados y en días grises; en vidas caóticas y en vidas felices. En todo y con todo, Cristo reina.

En Su Gracia.


El azul es para los niños

En un mundo secular donde los roles de género se están redefiniendo y por ende la sociedad está siendo afectada, es necesario reforzar la enseñanza de la masculinidad bíblica en los niños. En El Azul es para los niños, Karla de Fernández desarrolla cómo el evangelio es el único medio para moldear los corazones de los pequeños y rescatarlos de las garras del mundo para que sean varones conforme al plan divino.


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