"Tú llevas la cuenta de todas mis angustias 
y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco". 
Salmo 56:8 (NBLA)

Tus lágrimas son importantes para Dios. Deben serlo. Las junta en un frasco. Las lágrimas son un regalo de Dios, un medio para abrazar tu angustia, librar tu emoción y revelar la profundidad de tu amor. 

Poéticamente, si Dios junta todas las lágrimas que derramas con tu llanto durante la trayectoria de tu vida, si guarda registro de todas tus tristezas, no hay duda de que le interesa lo que te sucede. El Señor es consciente de qué las provoca. ¡Dios las registra todas en su libro!

El Salmo 56 es un lamento, una expresión apasionada de aflicción. En este caso, es una expresión musical de una tristeza profunda y de una oración humilde. Como tal, David se vuelve hacia Dios y comienza con un simple ruego: “Ten piedad de mí, oh Dios” (Sal. 56.8 LBLA). No obstante, mientras le pide a Dios la gracia sustentadora de su piedad, David también obtiene su fuerza de la seguridad del cuidado y la protección divinos. “Esto sé: que Dios está a favor mío”, se recuerda a sí mismo (Sal. 56.9 LBLA).

Es interesante notar que el apóstol Pablo anima a los creyentes en Jesucristo exactamente del mismo modo. Trae anuestra mente la misma verdad estabilizante. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra no- sotros? El que no escatimó ni asu propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Ro. 8:31-32). 

Algo malo te ha sucedido y has sufrido una pérdida. Como resultado, tal vez te veas tentado a pensar que Dios es un ser distante o que incluso está en contra de ti. Pero, si le perteneces —a través del arrepentimiento y la fe en Jesús, aceptándolo como tu Salvador y Señor—, ¡no hay nada que pueda separarte jamás de su amor: ninguna congoja, ninguna aflicción, ninguna discapacidad, ninguna muerte, ninguna pérdida de ninguna clase… nada (Ro. 8:38-39)!

¿Cómo sé que esto es cierto para ti y para mí? Lo sé porque Dios dio a su único Hijo para comprarnos y sacarnos del mercado de esclavos del pecado, a fin de adoptarnos en su familia (Gál. 4:5). Si Dios no retuvo a su único Hijo sino que lo entregó como sacrificio, tienes derecho a concluir que él no se ocultará ni retendrá su amor por ti. No hay necesidad que tengas que el Señor no trabaje horas extras para suplirla. No hay dolor que no puedas presentarle.

¿Has hablado con Dios sobre tu pérdida? 

Tal vez quieras memorizar 1 Pedro 5:7: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”.


Un pequeño libro

Este artículo es un extracto del libro Un pequeño libro para un corazón dolido, publicado por Editorial EBI.


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