Seguramente, la mayor parte de las gentes del mundo aspiran a tener las libertades mencionadas por un presidente de Estados Unidos poco después de la segunda guerra mundial. Dijo que anhelaba ver un mundo en el cual todos pudieran gozar de las siguientes libertades: libertad de expresión, de religión, del hambre y del temor. Por supuesto, muchos ya gozan de estas libertades en cierto grado, pero el hombre necesita una libertad más profunda; liberación de sí mismo y de la tiranía de su naturaleza pecaminosa.

En la carta de Pablo a los Gálatas, los legalistas querían resolver este problema usando leyes y amenazas, pero Pablo había explicado que las leyes, por muchas que sean, no pueden cambiar la naturaleza pecaminosa del hombre. No es el temor a la ley, sino el amor en el corazón lo que hace este cambio. Se necesita otro poder en nosotros, el poder del Espíritu Santo. Hay por lo menos 14 referencias al Espíritu Santo en Gálatas.

Cuando creemos en Cristo, el Espíritu Santo viene a habitar en nosotros (3:2). Nacemos “según el Espíritu” como Isaac (4:29). El Espíritu Santo da la seguridad de la salvación (4:6); y es él quien nos capacita para vivir para Cristo y glorificarlo. El Espíritu Santo no es una mera influencia divina, sino una Persona divina, igual que el Padre y el Hijo. Lo que el Padre planeó para nosotros, Dios el Hijo lo compró en la cruz, y Dios el Espíritu lo aplica a nuestra vida cuando nos rendimos a él.

El poder del Espíritu en nosotros para cumplir la ley del amor (Gálatas 5:13-15)

Estamos propensos a irnos a los extremos. Por ejemplo: unos interpretan la liberad como libertinaje y piensan que pueden hacer todo lo que quieren. Otros, viendo este error, se van al extremo opuesto e imponen la ley a todo mundo. En algún punto entre la libertinaje y el legalismo se halla la libertad cristiana. Así que, Pablo empieza explicando nuestro llamamiento: somos llamados a la libertad. El creyente es libre; libre de la culpa del pecado porque ha experimentado el perdón de Dios; libre del castigo porque Cristo lo llevó en la cruz; libre del poder del pecado en su vida diaria; y libre de la ley con sus demandas y amenazas. Cristo llevó la maldición de la ley y acabó con su tiranía de una vez para siempre. Somos llamados a la libertad “por la gracia de Cristo” (Gálatas 1:6). La gracia y la libertad van juntas.

Habiendo explicado nuestro llamamiento, Pablo nos exhorta a que tengamos precaución: “¡No dejéis que vuestra libertad degenere en libertinaje!” Este, por supuesto, es el temor de la gente que no entiende el verdadero significado de la gracia de Dios. “Si quitan las reglas y normas”, dicen, “habrá caos y anarquía”. Por supuesto, existe tal peligro, no porque la gracia de Dios falle, sino porque los hombres no proceden según la gracia de Dios (Hebreos 12:15). Si hay una “verdadera gracia de Dios” (1 Pedro 5:12), entonces también hay una gracia falsa; y hay maestros falsos quienes “convierten en libertinaje la gracia de Dios” (Judas 4). Así que, la precaución es necesaria. La libertad cristiana no es libertinaje o licencia para pecar, sino una oportunidad para servir. Por lo tanto, se da el mandamiento: “servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13). La palabra clave, por supuesto, es amor. La fórmula se escribe así:

libertad + amor = servicio hacia otros

libertad – amor = libertinaje (esclavitud al pecado)

—Tengo un día de descanso extra esta semana,  —Carlos le dijo a su esposa al entrar en la cocina.

—Creo que repararé la bicicleta de Juanita y llevaré a Carlitos al museo del cual habla tanto.

—Reparar una bicicleta e ir a un museo no me parece la manera más emocionante de pasar un día de descanso, —replicó su esposa.

—¡Es emocionante si uno ama a sus hijos!

Lo maravilloso del amor es que substituye a todas las leyes de Dios. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” resuelve todo problema en las relaciones humanas (ve Romanos 13:8-14). Si amas a otros (porque amas a Cristo), no les robarás, ni mentirás acerca de ellos; no los envidiarás, ni tratarás de hacerles daño. El amor en el corazón es el substituto de Dios para las leyes y amenazas.

Cuando nuestros hijos eran pequeños, vivíamos junto a una autopista con mucho tráfico, y los niños sabían que les castigaríamos si se acercaban a la carretera. Al crecer, descubrieron que la obediencia traía recompensas. Aprendieron a obedecer no sólo para evitar el dolor, sino para obtener placer. Hoy vivimos en una ciudad con mucho tráfico peligroso, y algunos de nuestros hijos manejan. Pero ni los amenazamos ni les prometemos premios para que tengan precaución. Tienen una disciplina de amor en sus vidas, y tomarán las precauciones necesarias para no lastimar ni a otros, ni a sí mismos. El amor ha reemplazado a la ley.

“No importa cuántas normas o reglas de conducta tenga una iglesia, no son garantía de espiritualidad. A menos que permitan al Espíritu Santo llenar los corazones con su amor, el egoísmo y la competencia reinarán”.

En un nivel mucho más elevado, el Espíritu Santo en nosotros nos da el amor que necesitamos (Romanos 5:5; Gálatas 5:6, 22). Evidentemente, a los creyentes de Galacia les faltaba tal amor, porque se estaban mordiendo y comiendo unos a otros y estaban en peligro de destruirse (Gálatas 5:15). Este es un cuadro de animales salvajes atacándose unos a otros. Esto prueba que la ley no puede obligar a la gente a vivir en armonía. No importa cuántas normas o reglas de conducta tenga una iglesia, no son garantía de espiritualidad. A menos que permitan al Espíritu Santo llenar los corazones con su amor, el egoísmo y la competencia reinarán.

Ambos extremos en las iglesias de Galacia, los legalistas y los libertinos, estaban destruyendo la comunión entre los hermanos. El Espíritu Santo no obra solo, sino que usa la Palabra de Dios, la oración, la adoración y la comunión de los creyentes para edificarnos en Cristo. El creyente que dedica tiempo diariamente a la Palabra de Dios y a la oración, y que se rinde a la obra del Espíritu Santo, gozará de la libertad y ayudará a edificar la iglesia. Lee 2 Corintios 3 en donde Pablo distingue entre el ministerio espiritual de la gracia y el ministerio carnal de la ley.

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Este artículo es un extracto del Comentario Wiersebe del Nuevo Testamento, publicado por Editorial EBI.

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