El Espíritu Nos Capacita Para Producir Fruto (Gálatas 5:22-23, 25-26) 

Uno puede vencer la carne y dejar de hacer cosas malas, pero eso no significa necesariamente que hace cosas buenas. El legalista puede enorgullecerse de que no es culpable de adulterio o asesinato (ve Mateo 5:21-32), pero ¿se manifiestan las hermosas virtudes del Espíritu Santo en su vida? No es suficiente dejar de hacer cosas malas; también debe haber cualidades positivas. 

El contraste entre obras y fruto es importante. El fruto debe salir de la vida, y en el caso del creyente, es la vida del Espíritu (Gál. 5:25). Cuando hablamos de obras pensamos en esfuerzo, labor, agotamiento y fatiga; pero cuando hablamos de fruto pensamos en belleza, silencio y la vida que se desarrolla. La carne produce “obras muertas” (Hebreos 9:14), pero el Espíritu produce fruto viviente. Y este fruto contiene la semilla que producirá más fruto (Gn. 1:11). El amor genera más amor, y el gozo produce más gozo, y Cristo desea que llevemos “fruto… más fruto… mucho fruto” (Jn. 15:2, 5), porque así glorificamos a Dios. La vieja naturaleza no puede producir fruto; sólo la nueva lo puede hacer. 

El Nuevo Testamento habla de varias clases de fruto: almas ganadas para Cristo (Ro. 1:13), una vida santa (Ro. 6:22), ofrendas traídas a Dios (Ro. 15:26-28), buenas obras (Col. 1:10), y alabanza (He. 13:15). El “fruto del Espíritu” mencionada en nuestro pasaje tiene que ver con el carácter (Gál. 5:22-23). Debemos tomar en cuenta que el don del Espíritu, el cual es la salvación (Hch. 2:38; 11:17) y los dones del Espíritu, que tienen que ver con el servicio (1 Cor. 12) son diferentes de las virtudes del Espíritu que se relacionan con el carácter cristiano. Es una lástima que el mucho énfasis sobre los dones ha hecho que algunos creyentes se olviden del fruto del Espíritu. Desarrollar el carácter cristiano debe tener prioridad sobre la demostración de habilidades especiales.

Las características que Dios quiere ver en nuestras vidas son los nueve frutos del Espíritu. Pablo empieza con el amor, ya que todos los demás frutos son el resultado del amor. Compara estas ocho cualidades con las características del amor mencionadas en 1 Corintios 13:4-8. Esta palabra amor en griego es agape, y significa amor divino. (La palabra griega eros, que quiere decir amor sensual, no se usa en el Nuevo Testamento.) El amor divino es un don de Dios para nosotros (Ro. 5:5), y debemos cultivarlo y orar para que crezca (Fil. 1:9). 

Cuando una persona vive en amor, experimenta gozo; esa paz y satisfacción interiores que no son afectadas por las circunstancias. (Como en el caso de la experiencia de Pablo descrita en Filipenses 4:10-20.) Este es el optimismo santo que lo anima a seguir adelante a pesar de las dificultades. El amor y el gozo producen “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4:7). Estas primeras tres cualidades hablan de aspectos de la vida cristiana en lo que se refiere a Dios. 

Las tres siguientes hablan de aspectos de la vida cristiana en lo que se refiere a otros. Paciencia (valeroso tesón que no se detiene), benignidad (finura, gentileza), y bondad (amor en acción). El creyente paciente no se vengará ni deseará que sus enemigos tengan dificultades. Será bondadoso y benigno, aun con el más ofensivo, y sembrará lo bueno en donde otros siembran lo malo. La naturaleza humana nunca puede hacer esto por sí misma; sólo el Espíritu Santo puede lograrlo. 

Las tres cualidades finales hablan de aspectos de la vida cristiana en lo que se refiere a uno mismo. La fe (fidelidad); la mansedumbre (el uso correcto del poder y la autoridad); y la templanza (autocontrol). La mansedumbre no es debilidad. Cristo dijo: “Soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29), y Moisés “era muy manso” (Núm. 12:3); sin embargo, nadie puede acusarles de ser débiles. El creyente manso no trata de imponerse. Así como la sabiduría es el uso correcto del conocimiento, la mansedumbre es el uso correcto de la autoridad y el poder. 

Es posible que la vieja naturaleza falsifique algunos de los frutos del Espíritu, pero la carne nunca puede producir el fruto del Espíritu. Una diferencia es ésta: cuando el Espíritu produce fruto, Dios recibe la gloria, y el creyente no se envanece por su espiritualidad; pero cuando la carne obra, la persona se enorgullece, especialmente cuando otros le alaben. La obra del Espíritu es hacernos más como Cristo para su gloria, y no la nuestra. 

El cultivo del fruto es importante. Pablo advierte que debe haber un ambiente correcto antes de que el fruto crezca (Gal 5:25-26). Así como el fruto no puede crecer en todos los climas, el fruto del Espíritu no puede crecer en la vida de todos los creyentes. 

El fruto crece donde el Espíritu y la Palabra obran en abundancia. Andad por el Espíritu (Gal. 5:25) quiere decir llevar el mismo paso que el Espíritu, no adelantarse ni quedarse atrás. Esto implica la necesidad de la Palabra de Dios, la oración, la adoración, la alabanza y la comunión con el pueblo de Dios. Esto también quiere decir arrancar la maleza para que la semilla de la Palabra pueda arraigarse y llevar fruto. Los judaizantes procuraban la alabanza y la “vanagloria” y esto resultó en competencia y división. El fruto nunca puede crecer en esa clase de ambiente. 

Debemos recordar que el fruto se produce para ser comido, y no para ser admirado o puesto en exhibición. La gente a nuestro alrededor anhelan experimentar amor, gozo, paz, y todas las otras virtudes del Espíritu. Cuando las ven en nuestras vidas, saben que tenemos algo que a ellos les falta. No llevamos fruto para nuestro consumo propio; llevamos fruto para que otros se alimenten y se ayuden, y para que Cristo sea glorificado. Es posible que la carne produzca resultados que nos traerán alabanza, pero no puede llevar fruto que glorifique a Dios. Para que haya fruto se necesita paciencia, un ambiente espiritual, andar en la luz, la semilla de la Palabra de Dios, y el deseo sincero de honrar a Cristo. 

En resumen, la clave es el Espíritu Santo. Nos da poder para cumplir con la ley del amor, vencer la carne y llevar fruto. Sólo él puede darnos la libertad del pecado y del ego. ¿Te rendirás a él para que obre en ti?

Lee la parte 1 de este artículo

Lee la parte 2 de este artículo


Este artículo es un extracto del Comentario Wiersebe del Nuevo Testamento, publicado por Editorial EBI.

Descarga una muestra


Comparte en la redes