El poder del Espíritu en nosotros para vencer la carne (Gálatas 5:16-21, 24) 

Así como Isaac e Ismael no se llevaban bien, también hay conflicto entre el Espíritu y la carne (la vieja naturaleza). Cuando Pablo usa la palabra “carne”, no se refiere al cuerpo. El cuerpo humano en sí no es pecaminoso. Si el Espíritu Santo controla el cuerpo, entonces andamos según el Espíritu, pero si la carne lo controla, entonces andamos según la concupiscencia (deseos) de la carne. El Espíritu y la carne tienen deseos diferentes y esto es lo que ocasiona el conflicto. 

Estos deseos opuestos son ilustrados en la Biblia en diferentes maneras. Por ejemplo, la oveja es un animal limpio que trata de evitar el lodo, mientras que el cerdo lo busca (2 Pedro 2:19-22). Cuando cesó la lluvia y el arca reposó, Noé envió un cuervo que nunca regresó (Génesis 8:6-7). El cuervo es un animal que se alimenta de carroña, así que encontró mucha comida. En cambio, cuando envió la paloma (un animal limpio) está regresó (Génesis 8:8-12). Pero la última vez que la envió no regresó, así que, Noé supo que la paloma había encontrado un lugar limpio para asentarse, y por lo tanto, que las aguas habían bajado. 

Nuestra vieja naturaleza es como el cerdo y el cuervo que siempre buscan lo sucio. Nuestra nueva naturaleza es como la oveja y la paloma que desean lo limpio y lo santo. ¡Con razón hay una lucha continua dentro del creyente! El hombre sin Cristo no sabe nada acerca de esta lucha, porque no tiene al Espíritu Santo (Romanos 8:9). Ismael no causó ningún problema en el hogar hasta que Isaac llegó. 

Observa que el hijo de Dios no puede vencer la carne simplemente por la fuerza de voluntad. “Pues, éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis” (Gálatas 5:17, LBLA). Este es el problema que Pablo trata en Romanos: “Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago… Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:15, 19). Pablo no niega que haya victoria; sólo afirma que no podemos ganarla a fuerza de voluntad. 

La conquista (5:18)

La solución no consiste en poner nuestra voluntad en pugna contra la carne, sino en rendir nuestra voluntad al Espíritu Santo. Este versículo literalmente dice: “pero si voluntariamente eres guiado por el Espíritu, entonces no estás bajo la ley”. El Espíritu Santo escribe la ley de Dios en nuestros corazones (Hebreos 10:14-17; ve 2 Corintios 3) para que deseemos obedecerle. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8). Ser guiados por el Espíritu y andar en el Espíritu es lo contrario a rendirse a los deseos de la carne. 

Pablo ahora enumera algunas de las horribles “obras de la carne”. (Listas similares se hallan en: Marcos 7:20-23; Romanos 1:29-32; 1 Timoteo 1:9-10; 2 Timoteo 3:2-5.) La carne puede engendrar el pecado pero no puede producir la justicia de Dios. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9). Esta lista en Gálatas puede dividirse en tres categorías principales: 

Los pecados sensuales (5:19-21b) 

El adulterio es el acto sexual ilícito entre personas casadas, mientras que la fornicación se refiere, por lo general, al mismo pecado entre personas no casadas. Inmundicia significa la corrupción de corazón y mente que contamina a “los corrompidos e incrédulos” (ve Tito 1:15). La lascivia es semejante a la disolución y se refiere a un deseo desenfrenado y desvergonzado. Es sabido por todos que estos pecados se cometían en forma desenfrenada en el imperio romano. Las palabras “borracheras” y “orgías” no necesitan explicación. 

Los pecados de superstición (5:20a)

La idolatría, así como los pecados sensuales, es un problema actual, y consiste en estimar a las cosas más que a Dios y a la gente. Debemos adorar a Dios, amar a la gente y usar las cosas; pero a menudo usamos a la gente, nos amamos a nosotros mismos, y adoramos las cosas, dejando fuera a Dios. Cristo dijo que uno sirve a lo que adora (Mateo 4:10). Quizá sea culpable de idolatría el creyente que se dedica más a su automóvil, casa, deportes o placeres que a servir a Cristo (Colosenses 3:5). 

La palabra “hechicerías” viene de la palabra griega farmakeia, que significa: el uso de drogas, y de ella se deriva nuestra palabra farmacia. Los magos en los tiempos de Pablo a menudo usaban drogas para producir efectos maléficos. Por supuesto, la brujería está prohibida en la Biblia, así como todas las actividades del ocultismo (Deuteronomio 18:9-22). 

Los pecados sociales (5:20b-21a) 

Enemistad es la actitud que provoca y desafía a otros. Esta actitud resulta en disensión y pleitos. Celos significa rivalidades. Qué trágico es cuando los creyentes compiten entre sí y tratan de hacer quedar mal al otro ante los demás. Ira significa explosión de enojo; y contiendas tiene la idea de ambición egoísta que causa divisiones en la iglesia.

Disensiones y herejías (partidos) son términos relacionados. El primero sugiere división, y el segundo grupitos causados por el espíritu partidista. Esos son los resultados de los líderes de las iglesias que buscan seguidores para sí mismos, y no para el Señor. (La palabra “herejía” en el griego significa escoger.) Envidia significa un deseo profundo por lo que otro posee (ve Proverbios 14:30). Homicidios y borracheras no necesitan explicación.

La persona que practica estos pecados no heredará el reino de Dios. Pablo no está hablando acerca de un acto de pecado, sino del hábito de pecar. Algunas personas tienen una falsa seguridad de salvación, sin base en la Palabra de Dios. El hecho de que un creyente no esté bajo la ley, sino bajo la gracia, no es razón para pecar (Romanos 6:15). Al contrario, debe ser un estímulo para vivir en obediencia al Señor. 

Pero, ¿cómo puede el creyente dominar a la vieja naturaleza, siendo ésta capaz de cometer pecados tan horribles? La ley no puede cambiarla ni controlarla. La vieja naturaleza debe ser crucificada (Gálatas 5:24). Pablo explica que el creyente se identifica con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección (Romanos 6). Cristo no sólo murió por mí, sino que yo morí con Cristo. Cristo murió por mí para librarme del castigo del pecado, pero yo morí con Cristo para destruir el poder del pecado.

“Cristo no sólo murió por mí, sino que yo morí con Cristo. Cristo murió por mí para librarme del castigo del pecado, pero yo morí con Cristo para destruir el poder del pecado”.

Pablo menciona esto en Gálatas 2:19-20 y 6:14. No nos dice que nos crucifiquemos a nosotros mismos, porque eso es imposible. (Nadie puede clavarse a sí mismo en una cruz.) El apóstol nos dice que la carne ya ha sido crucificada. Nuestra responsabilidad es creer y obrar basándonos en este hecho. (La misma verdad se presenta en Romanos 6:11-13 y Colosenses 3:5-9.) 

No somos deudores a la carne, sino al Espíritu (Romanos 8:12-14). Debemos aceptar lo que Dios dice acerca de la vieja naturaleza y no tratar de hacer de ella algo que no es. No debemos “proveer para los deseos de la carne” (Romanos 13:14), alimentándola de las cosas que le gustan. En la carne no mora el bien (Romanos 7:18), así que, no debemos confiar en ella (Filipenses 3:3). La carne no se sujeta a la ley de Dios (Romanos 8:7), y no puede agradar a Dios (Romanos 8:8). Sólo por medio del Espíritu Santo podemos “hacer morir” las obras de la carne (Romanos 8:13). El Espíritu Santo no solamente es el Espíritu de vida (Romanos 8:2; Gálatas 5:25), sino también de muerte: Nos ayuda a considerarnos muertos al pecado. 

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Este artículo es un extracto del Comentario Wiersebe del Nuevo Testamento, publicado por Editorial EBI.

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