Dios celoso y vengador es el SEÑOR; vengador es el SEÑOR e irascible. El SEÑOR se venga de sus adversarios, y guarda rencor a sus enemigos (Nahúm 1:2)

La Biblia afirma que Dios es amor (1 Jn. 4:8), pero de la misma manera ella enseña que él es fuego consumidor (He. 12:29) que horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo (He. 10:31). De principio a fin las Escrituras están comprometidas con revelar al Dios verdadero, un Dios que no se acomoda a la inclinación humana, si no, uno que permanece por siempre sin cambios ni sombra de variación (Stg. 1:17).

Que uno de los atributos de Dios sea la ira, es algo bueno y digno de loar. Imaginar un dios que no tiene ira ante el abuso sexual de una niña pequeña, frente al aborto de un bebe indefenso en el vientre de su madre o de un político que se roba los recursos de los más pobres, es pensar en un Dios malvado. Dios tiene ira, porque es un Dios bueno y no puede soportar el mal (Hab. 1:13; Sal. 34:16). La idea de que Dios solo odia el pecado, pero ama al pecador es una distorsión de la verdad; por el contrario, la Biblia enseña que Dios está airado contra el impío todos los días (Sal. 7:11) y esto debe producir temor y al mismo tiempo adoración.

Arthur Pink quien escribió una de las obras más emblemáticas acerca de los atributos de Dios definió la ira de Dios de la siguiente manera:

La ira de Dios es Su aborrecimiento eterno de toda injusticia. Es el desagrado y la indignación de la equidad divina contra el mal. Es la santidad de Dios activada contra el pecado. Es la causa motora de esa sentencia justa que él dicta contra los malhechores. Dios está enojado contra el pecado porque es una rebelión contra Su autoridad, un mal cometido contra Su soberanía inviolable. Los que se rebelan contra el gobierno de Dios deben saber que Dios es el Señor. Se les hará sentir cuán grande es esa Majestad que desprecian, y cuán terrible es esa ira amenazadora que tan poco consideraban.[1]

Una exposición de la ira del Mesías-guerrero 

Jesucristo es el Mesías prometido desde el inicio (Gn. 3:15). Son múltiples las imágenes que la Escritura usa para referirse a este hermoso Salvador. Cada una de estas imágenes evoca una de las realidades eternas del Mesías y sus gloriosas perfecciones. El Cordero que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29), el Rey ungido (Zac. 9:9; Jn. 12:15), el Siervo sufriente (Is. 53), el León de la tribu de Judá (Ap. 5:5) o el Sumo sacerdote y perfecto intercesor (He. 4:14-16).

Todas estas son imágenes verdaderas y resaltadas en la Biblia, sin embargo, hay una imagen que se manifiesta en el Antiguo y Nuevo testamento de manera extensiva, pero que parece casi desconocida para la mayoría de los cristianos en la actualidad. Esta es la imagen del Mesías como un guerrero listo para destruir a sus enemigos y dispuesto a vengar el honor de Jehová y su pueblo escogido. Estas imágenes del Mesías como un guerrero poderoso casi siempre están conectadas con el término el día de Jehová. Este día es un tiempo anunciado desde la antigüedad en el cual el Mesías hará un juicio global a las naciones y las castigará por su maldad destruyéndolas con su furor.[2]

El día de Jehová está profetizado extensivamente en el Antiguo Testamento (Is. 2:12; 13:6, 9; Ez. 13:5, 30:3; Jl. 1:5, 2:1, 11, 31; 3:14; Am. 5:18, 20; Abd. 15; Sof 1:7, 14; Zac. 14:1; Mal. 4:5) sucederá en el tiempo de la segunda venida de Jesucristo a la tierra.

De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso (Ap. 19:15).

La ira de Dios es ejecutada personalmente

En el versículo 11 del capítulo 19 de Apocalipsis se identifica al Mesías que regresa por segunda vez a esta tierra ya no como un cordero manso, sino como un jinete en su corcel blanco dispuesto para la guerra.  En el verso 12 se describen sus ojos como una llama de fuego penetrante sobre la pecaminosidad humana,[3] de la cual nadie puede escapar. Su escrutinio es ineludible y su juicio ardiente.

Tal vez la imagen más gráfica de este guerrero aparece en el versículo 13 cuando se describen sus vestiduras empapadas en sangre. Algunos intérpretes han dicho que esta sangre hace referencia a su sacrificio expiatorio en la cruz.[4] Sin embargo, por el contexto esta no parece ser la idea de estas vestiduras bautizadas en sangre. Aquí Juan está viendo una visión de la ira del Mesías-guerrero que está dispuesto a aplastar bajo sus pies a sus enemigos. La sangre de estos salpica a tal punto que sus vestiduras están completamente mojadas en sangre. Esta es una visión que tiene su fundamento en la profecía de Isaías 63:1-5.[5]

Apocalipsis 19 relata el cumplimiento de las profecías que se dieron durante toda la Biblia y que algunos han entendido como tardanza (2 P. 3:9). Dios será el vengador irascible (Nah. 1:2) y un día, como aquel que fabrica vino pisando las uvas en un lagar, él mismo estará aplastando bajo sus pies a sus enemigos. La imagen es cruda y sangrienta, pero esta es la forma como la Biblia describe al Santo Dios, quien ha sido lento para ejecutar su ira y abundante en misericordia, pero que de ninguna manera tendrá por inocente al culpable (Nm. 14:18).

En el versículo 15 de Apocalipsis 19 se enfatiza que él mismo se encarga de ejecutar su venganza.[6] No son los ángeles, ni son los escogidos de Dios (aunque todos ellos le acompañan).[7] Es el jinete sobre su corcel blanco quien ejecuta su ira y gobierno. Hay por lo menos dos elementos que permiten determinar esta ejecución personal: En primer lugar, se enfatiza que es de su propia boca que sale una espada afilada para herir a las naciones, y en segundo lugar en el griego hay un énfasis que algunas veces se pierde en las traducciones en español y es el “αὐτὸς” que significa el mismo[8] enfáticamente regirá con una vara de hierro.

Dios a lo largo de las Escrituras llama a sus santos a tener paciencia, no odiar, ni buscar la venganza. En cambio, él, un Dios bueno, santo y justo puede ejecutar su venganza e ira de manera apropiada y sin reproche. “Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19; 1 Ts. 4:6;  Dt. 32:35).

La ira de Dios es dolorosa sin comparación

El versículo 15 continúa diciendo que el Mesías-guerrero tiene en su boca una espada afilada que hiere a las naciones. La primera referencia que viene a la mente del estudiante bíblico es la espada de la Palabra a la cual se refiere Pablo en Efesios 6:17. En un sentido es por medio de la Palabra de su Espíritu que Dios juzgará a todas las naciones. Pero es más probable que Juan aquí nuevamente estuviera haciendo referencia a la profecía de Isaías 11:4 y 49:2.

Hay varias referencias en el Nuevo Testamento que se conectan con esta figura de Jesucristo juzgando y destruyendo a sus enemigos por medio de su boca. En  2 Tesalonicenses 2:8 se explica cómo Jesús derrocará al anticristo con el espíritu de su boca para más adelante enviarlo al lago de fuego.[9] La primera visión de gloria del Señor, al inicio de Apocalipsis se presenta como uno del cual sale una espada de dos filos de su boca (Ap. 1:16; 2:12, 16).

La ira de Dios comúnmente es representada como un cáliz donde se ha ido concentrado con mucha paciencia todo el furor de Dios; pero que un día este cáliz será derramado para herir y lastimar profundamente a sus enemigos (Ap. 16:9).

El teólogo y filósofo Thomas Boston describió la ira de Dios como una ira poderosa y feroz citando Salmos 90:11. También habló de ella como una ira penetrante y perforadora. Sus descripciones continuaron presentándola como constante y eterna. Pero será mejor leer la descripción que dio este presbiteriano escoses directamente: 

La ira de Dios es poderosa y feroz; el poder de la ira de Dios nunca se puede conocer al máximo; porque él es infinito y no tiene límite máximo para ejecutarla. Por feroz que sea, ya sea en la tierra o en el infierno, Dios aún puede llevarla aún más lejos. Todo en Dios es perfecto en su género; y por tanto, ninguna ira es tan feroz que pueda ser comparada con la suya. ¡Oh pecador! ¿Cómo podrás soportar esa ira, que te hará pedazos?

La ira de Dios es una ira penetrante y perforante. No hay dolor más intenso que el causado por el fuego; y no hay fuego tan penetrante como el fuego de la indignación de Dios, que arde hasta las profundidades del infierno. Las flechas de la ira de los hombres pueden atravesar la carne, la sangre y los huesos, pero no pueden alcanzar el alma. Pero la ira de Dios se hundirá en el alma y traspasará al hombre.

La ira de Dios es una ira constante, que atiende constante al hombre desde el útero hasta la tumba. Hay pocos días tan oscuros, pero el sol a veces asoma por debajo de las nubes. Pero la ira de Dios es una nube permanente; La ira de Dios permanece sobre el que no cree. La ira de Dios es eterna. ¡Oh, alma miserable! si no huyes de esta ira hacia Jesucristo; aunque tu miseria tuvo un comienzo, ¡nunca tendrá fin! Tu cuerpo al morir debe reunirse con tu alma inmortal, vivir de nuevo y no morir nunca; para que estés siempre muriendo, en las manos del Dios eterno.
[10]

El versículo que se ha estado exponiendo revela que el Mesías-guerrero cumplirá la profecía de Isaías 63:1-3, donde él aplastará como a uvas a todos sus enemigos. Jesús mismo había advertido que el único digno de temor es Jehová, que nada debían temer los hombres de aquellos que solo pueden destruir el cuerpo, y que más bien el temor reverente de todo ser humano debería estar reservado para aquel Ser omnipotente que puede destruir el cuerpo y el alma en el infierno (Mt. 10:28).

Para este punto vale la pena aclarar que la ira del Mesías-vengador en su segunda venida, por más feroz y potente que parezca, es solo el abrebocas de la condena eterna. La Biblia afirma que una vez que las personas mueran deben comparecer ante el juicio de Dios (Hb. 9:27), aquellos que se encuentren justificados en Jesucristo pueden pasar a la gloria eterna y paz en reconciliación con Dios. Pero al mismo tiempo aquellos que lleguen con sus vestidos sucios y faltos de la abogacía de Jesucristo a su favor, tendrán que entrar en la pena eterna del infierno. Jesús describió este infierno como un lugar de tormento eterno donde el fuego jamás se apaga y donde el gusano jamás muere (Mt. 9:43-48), donde la sed es permanente y el tormento desolador (Lc. 16:19-31).

El relato del rico y Lázaro en Lucas 16, aunque algunos discuten si es una parábola o un relato exacto del infierno, permite ver un elemento más, del doloroso tormento que experimentarán los incrédulos en el infierno. Además de la llama quemando estos nuevos cuerpos resistentes eternamente para el dolor (Dn. 12:2), parece que una conciencia de haber vivido de manera equivocada en este mundo atormentará por los siglos de los siglos a aquellos que sean enviados al lago de fuego. El azufre, las llamas y el gusano que no muere acompañado del tormento de una conciencia culpable hacen parte de la ejecución eterna de la ira de Dios. 

La ira de Dios es justa

Dios infringirá su castigo de manera justa y dará retribución según los actos de cada uno (Ec. 12:14; Ro. 2:6). Este es un juicio justo y no parcializado. El versículo 15 explica que él herirá y regirá a todas las naciones; todas, sin excepción serán juzgadas ante un solo escrutinio. Todo habitante de cualquier nación que haya rehusado arrepentirse y creer en Jesucristo entonces recibirá la ira justa de Dios.

Dios no hace acepción de personas (Hch. 10:34; Ro. 2:11; Gá. 2:6), judíos y gentiles de todas las lenguas serán juzgados por sus actos y solo podrán encontrar escape si creyeron en Jesucristo durante sus vidas. Naciones poderosas que se elevaron hasta el cielo en su orgullo serán derribados súbitamente para perderse en las profundidades más oscuras del furor del Cordero.

Vale la pena aclarar un mal concepto, muy propagado aún en la iglesia evangélica y es la idea de que todos los pecados son iguales y tendrán el mismo castigo. Esta es una perspectiva incorrecta.[11] Aunque si bien es cierto que todos los pecados son dignos de la ira eterna de Dios (Stg. 2:10), no es cierto que todos los pecados sean igual de desagradables ante él y que tengan la misma repercusión eterna. Por ejemplo, Dios dice al profeta Ezequiel que, aunque estaba observando abominaciones terribles, estaba por ver abominaciones aún mayores (Ez. 8.6). También en Mateo 10:15 Jesús afirma que el juicio para las ciudades de Sodoma y Gomorra será más suave que el castigo para las ciudades que rechazaron a Jesucristo es su primera venida.

Finalmente, podemos ver que Judas aquel que traicionó y entregó al Mesías tiene un sitio exclusivo para él en el infierno (Hch. 1:25). De manera ilustrativa se podría afirmar entonces que el infierno tiene diferentes temperaturas. Según las maldades que cada uno haya cometido en esta tierra recibirá su castigo justo por la eternidad.

Conclusión

Muchos no entienden de qué se trata la salvación, o afirman ser salvos, sin saber de qué han sido rescatados. El cristiano verdadero no ha sido salvado de una vida sin propósito, el creyente genuino es uno que ha sido salvado de la ira de Dios. El arrepentimiento y fe es el único escape de la ira venidera.

Adorar a un Dios de ira es algo que las mentes trastornadas por el pecado se rehúsan a aceptar inicialmente. Sin embargo, el ser expuesto a la luz de su verdad permite al creyente verdadero entender que el hecho de que él sea un Dios justo que aborrece el mal es una perfección digna de adorar. Todo hombre ante la realidad de que Dios castigará a todo ser que no se arrepienta y crea en su hijo Jesucristo, debería postrarse de rodillas, confesar su pecado y aceptar por gracia el tratado de paz que el Dios del universo le está extendiendo todavía.

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[1] Arthur Pink, Los Atributos de Dios. (Florida: Chapel Library, 2020), 93.

[2] J. Dwight Pentecost, Eventos del Porvenir: Estudios de Escatología Bíblica (Grand Rapids: Zondervan, 1989), 177.

[3] Edward Hindson, Revelation: Unlocking the Future (Tennessee: AMG Publishers, 2002), 194.

[4] Leon Morris, Revelation: An Introduction and Commentary, vol. 20, Tyndale New Testament Commentaries (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1987), 219.

[5] Robert L. Thomas, Revelation: An Exegetical Commentary, vol 2 (Chicago, IL: Moody Publishers, 1995), 386.

[6] Este énfasis en Dios como el que ejecuta personalmente su juicio aclara la perspectiva popular que enseña que es el diablo quien está infringiendo dolor a los condenados en el Infierno. Por el contrario, Satanás, los demonios y todos los incrédulos de todas las edades estarán expuestos a la ira personal de Dios.

[7] Ver Apocalipsis 19:14

[8] Thomas, Revelation, 389.

[9] John MacArthur, 1 Y 2 Tesalonicenses, 1 Y 2 Timoteo, Tito, vol. 2, Comentario MacArthur Del Nuevo Testamento (Grand Rapids: Portavoz, 2012), 70.

[10] Thomas Boston, Ed Samuel McMillan, Whole Works Of The Reverend Thomas Boston, vol 3 (Aberdeen: 1849), 107.

[11] Joel Beeke y Mark Jones, A Puritan Theology: Doctrine For Life (Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2012), 836.


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