No hay un solo salmo que se dirija al “Padre”, al “Padre mío” o al “Padre nuestro”:[1] “Padre, santificado sea tu nombre” (Lucas 11:2), les debió parecer extraño. Habían oído orar a Jesús de esta manera. Ahora les invitaba a dirigirse también al Dios Santo del Sinaí como su Padre. Esto indicaba que se avecinaban grandes cambios. Y te invita, y me invita, a participar de esos cambios.

Dado que el nombre de Padre evoca en nosotros toda clase de recuerdos, he aquí tres pasajes que impregnan ese nombre de un contenido acertado.

  1. Lucas, en su relato de esta oración, está especialmente interesado en corregir los malentendidos sobre Dios, nuestro Padre. Sabía que necesitaríamos ayuda. La Escritura identifica más padres malos que buenos, así que termina la oración con una extensa reflexión de Jesús sobre Dios nuestro Padre. Un padre promedio y relativamente decente, dice, no responderá a la petición de comida de un niño dándole una serpiente. Y si los padres que son “malos” pueden hacer cosas buenas, ¿cuánto más su Padre celestial dará los mejores regalos a sus hijos que se lo pidan? Así que, aunque Dios puede ser comparado con lo mejor de tu propio padre o de cualquier padre, es enormemente más generoso y da regalos incomparablemente mejores.
  2. Más adelante, Lucas incluye para nosotros una de las historias más preciadas del Nuevo Testamento sobre Dios como Padre en la parábola del hijo pródigo. Un padre avergonzado y tratado como si estuviera muerto, que se deleita en perdonar, se llena de compasión por un hijo cuyo problema fue provocado por él mismo. Bendice a su hijo con joyas, ropas nuevas y un banquete. Lo único que hizo el hijo fue volver a casa desamparado, sintiéndose indigno de toda misericordia y gracia. No hay ningún padre terrenal con el que se pueda comparar este Padre.
  3. El tercer pasaje es uno de los pocos pasajes del Antiguo Testamento que hablan de Dios como nuestro padre, y ha sido una verdadera joya para mí. En este versículo, Dios se dirige a Judá, el reino del sur de Israel. Se habían olvidado del Señor y no le escuchaban. Sin embargo, el Señor, por medio de Jeremías, insiste en advertir e invitar a sus hijos pródigos a volver a él.
[El Señor dijo] “¡Cómo quisiera ponerte entre Mis hijos, y darte una tierra deseable, la más hermosa heredad de las naciones!”. Y decía: “Padre Mío me llamarán, y no se apartarán de seguirme” (Jer. 3:19).

Esta vez el hijo no regresa. En respuesta, el Señor revela su deseo. Sigue queriendo que le llamen “Padre mío”. Este deseo no es una respuesta al arrepentimiento del pueblo, porque no lo hubo. Es simplemente la inclinación de su corazón, y es fundamental que lo sepamos.

Nunca entenderemos por qué nuestro creador y salvador querría servirnos, perdonarnos, estar con nosotros y ser llamado “mi padre”. Pero es cierto. Tu Dios está deseando que lo hagas. Le encanta. Le agrada.

Recientemente, sucedió algo que me hizo comprender esto. Estaba en una playa con mis nietos. Algunos de mis nietos habían entablado una buena relación con dos hermanos que eran aficionados al deporte del Boogey Boarding (una variante del surf), y todos venían en mi dirección. “Este es mi Griffy [mi nombre de abuelo]”, anunciaron mis nietos a estos dos chicos. Los muchachos sabían intuitivamente que yo no era su “Griffy”, sino el de mis nietos, así que se limitaron a saludarme amablemente. El momento, por supuesto, fue un punto culminante de mi día, porque no podría estar más contento de que mis nietos me llamen “mi Griffy”. Quiero ser su Griffy; me gusta ser su Griffy; me siento honrado de ser su Griffy; y siempre seré su Griffy, incluso cuando se comporten de forma horrible, lo que ocurre ocasionalmente.

Padre mío: el Espíritu de Cristo nos enseña a dirigir nuestras oraciones a nuestro Padre. Así, al igual que los discípulos, también nosotros aprenderemos gradualmente esta característica tan notable de la oración del Nuevo Testamento. Jesús es el Hijo y nosotros, unidos a él, compartimos esta relación. La misma facilidad y confianza con la que Jesús oraba a su Padre puede ser ahora la nuestra (Heb. 4,16). Y dado que esta cercanía y familiaridad son los rasgos más inesperados de nuestra forma de orar, “Padre mío” puede dejarnos siempre asombrados. Adelante, insértalo al principio de cualquier salmo que leas y colócalo junto a los demás nombres de Dios. La Escritura será inmediatamente más íntima, como tu Padre pretendía que fuera.

Esta traducción tiene concedido el Copyright © (14 de marzo de 2022) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulado “God Wants You to Call Him My Father”, Copyright © 2020 fue escrito por Edward Welch. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por José Luis Flores, Editorial EBI. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor. 

This translation is copyrighted © (october 22, 2020) by the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). The original article entitled “God Wants You to Call Him My Father”, Copyright © 2020 was written by Edward Welch. All content is protected by copyright and may not be reproduced in any manner without written permission from CCEF. Translated in full with permission from the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) by José Luis Flores, Editorial EBI. Sole responsibility of the translation rests with the translator.


[1] Isaías 63:16 y 64:8 son los únicos usos del Antiguo Testamento de “Padre” cuando se habla del Señor.


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