Decimos “la vida es dura” y todos asienten con la cabeza. Es un tópico común, una realidad bien aceptada que todos podemos afirmar. El clima político, el tono cultural, las presiones laborales, el estrés personal y relacional, todo ello contribuye. La gente está ansiosa, abrumada, dividida, polarizada y cansada. La vida es dura, así que todos nos unimos en un mismo lamento. Casi puede llegar a ser un cliché. Uno se encoge de hombros como si no pudiera hacer nada más que aceptarlo.

Pero hay cosas duras que llegan más hondo. Son más profundas y suponen una carga intolerable. Tal vez sea el dolor, la pérdida, la enfermedad, el sufrimiento o el quebrantamiento. Va más allá de la dureza del tipo “estamos juntos en esto”. Es un dolor que nos aísla y amenaza con engullirnos. Es una pena del tipo “me siento completamente solo”, una pena opresiva. Anhelas el alivio, oras por ello. Pero no llega. 

Esto puede tentarte a dudar de la bondad de Dios, quizá incluso a enfadarte con él. Somos un pueblo que anhela la liberación. Anhelamos que Dios nos quite lo que nos resulta difícil. Pedimos, suplicamos, imploramos y, a veces, nos desesperamos. Nos lamentamos como el salmista: “¿Hasta cuándo, Señor?”. Hay algo muy natural, incluso correcto y bueno, en querer liberarnos de las cosas duras de este mundo, en querer que desaparezcan de nuestras vidas. Anhelamos la protección y el rescate de Dios.

Pero, ¿y si Dios quiere algo distinto? ¿Y si, en lugar de librarte de las penas, quiere que le invites a entrar en ellas? ¿Y si quiere que busques su presencia en lo doloroso, más que su protección de ello? ¿Su provisión en medio de las dificultades de la vida, más que el alivio de ellas? El Salmo 46:1 dice: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. Ciertamente Dios responde a las oraciones de alivio, pero este versículo muestra que Dios no pretende quitarnos todo, ni siquiera la mayor parte, de lo que es duro en nuestras vidas. Más bien, quiere ser nuestra fuente de fortaleza, nuestro refugio, mientras pasamos por ello. Nuestro consuelo no es la ausencia de problemas en nuestra vida, sino la presencia de Dios. Es su poder transformador el que nos permite descansar en las dificultades y estar en paz en la tormenta. ¿Por qué orar por la ausencia de cosas duras en nuestras vidas si eso no garantiza la presencia de la paz? Sólo una profunda confianza en la bondad y la soberanía de Dios puede crearla.

Cuando Dios nos permite pasar por cosas difíciles, tenemos la oportunidad de confiar en Él más profundamente y conocerle más íntimamente. ” Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros ” (St 4,8). Él desea mostrarnos más de lo que es y de lo que es capaz de hacer a través de nuestra lucha. Quiere que digamos: “El Señor es mi porción; por eso en él espero” (Lam 3,24). Él desea ser nuestro refugio y nuestra esperanza en esta vida. Podemos experimentar su presencia de un modo muy palpable. Invítale a estar contigo, acércate a él, y experimentarás algo más glorioso que el alivio.


Esta traducción tiene concedido el Copyright © (6 de febrero de 2021) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulado “Inviting God into the hard places”, Copyright © 2022 fue escrito por Julie Lowe. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por José Luis Flores, Editorial EBI. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor. 

This translation is copyrighted © (December 12, 2022) by the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). The original article entitled “Inviting God into the hard places”, Copyright © 2022 was written by Julie Lowe. All content is protected by copyright and may not be reproduced in any manner without written permission from CCEF. Translated in full with permission from the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) by José Luis Flores, Editorial EBI. Sole responsibility of the translation rests with the translator.


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