¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra?” preguntaba Salomón al dedicar el templo (1 R 8:27). ¡Buena pregunta, en verdad! La gloria de Dios había morado en el tabernáculo (Ex 40:34), y en el templo (1 R 8:10-11); pero esa gloria se había alejado de Israel por causa de su desobediencia (Ez 9:3; 10:4, 18; 11:22-23). 

Entonces sucedió algo maravilloso: la gloria de Dios llegó de nuevo a su pueblo, en la persona de su Hijo, Jesucristo. Los escritores de los cuatro Evangelios nos han dado vistazos de la vida de nuestro Señor en la tierra, porque ninguna biografía completa jamás se podría escribir (Jn 21:25). A Juan, el discípulo amado, se le concedió el escribir un libro tanto para judíos como para gentiles. 

Hay un tema principal que se halla en todo el Evangelio de Juan: Jesucristo es el Hijo de Dios, y si te entregas a él, te dará la vida eterna (Jn 20:31). En el primer capítulo, Juan denominó a Jesús como el Verbo y la Luz para enfatizar que es el Hijo de Dios.

El Verbo (Juan 1:1-3, 14) 

Así como nuestras palabras revelan a otros lo que hay en nuestro corazón y nuestra mente, de la misma manera Jesucristo es el “Verbo” de Dios para revelarnos el corazón y la mente de Dios. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). Una palabra se compone de letras, y Jesucristo es “el Alfa y la Omega” (Ap 1:11), la primera y la última letras del alfabeto griego. Según Hebreos 1:1-3 Jesucristo es la última Palabra de Dios para la humanidad, porque él es la culminación de la revelación divina. 

Jesucristo es el Verbo eterno (vs. 1-2). Existía en el principio, no debido a que tuvo algún principio como criatura, sino porque es eterno. Él es Dios y estaba con Dios. “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn 8:58). 

Jesucristo es el Verbo Creador (v. 3). Hay por cierto un paralelo entre Juan 1:1 y Génesis 1:1, la nueva creación y la vieja creación. Dios creó los mundos mediante su palabra: “Y dijo Dios: Sea…”. “Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió” (Sal 33:9). Dios creó todo por medio de Jesucristo (Col 1:16), lo que quiere decir que Jesús no es un ser creado. Él es el Dios eterno. 

En el griego, “fue hecho” es una forma del verbo llamada tiempo perfecto, lo que significa un acto completado. La creación está terminada. No es un proceso todavía en marcha, aunque Dios por cierto sigue obrando en su creación (Jn 5:17). La creación no es un proceso; es un producto terminado. 

Jesucristo es el Verbo Encarnado (vs. 14). No era un fantasma o espíritu cuando ministraba en la tierra, ni tampoco su cuerpo era una mera ilusión. Juan y los otros discípulos tuvieron una experiencia personal que los convenció de la realidad del cuerpo de Jesús (1 Jn 1:1-2). Aunque Juan recalca la deidad de Cristo, deja bien claro que el Hijo de Dios vino en la carne y estuvo sujeto a las limitaciones resultantes de la naturaleza humana, pero sin pecado. 

En su Evangelio Juan destaca que Jesús se cansó (Jn 4:6) y tuvo sed (Jn 4:7), gimió por dentro (Jn 11:33), y lloró abiertamente (Jn 11:35). En la cruz tuvo sed (Jn 19:28), murió (Jn 19:30), y sangró (Jn 19:34). Después de su resurrección les demostró a Tomás y a los demás discípulos que todavía tenía un cuerpo verdadero (Jn 20:24-29), aun cuando era un cuerpo ya glorificado. 

¿Cómo fue que el Verbo se hizo carne? Mediante el milagro del nacimiento virginal (Is 7:14; Mt 1:18-25; Lc 1:26-38). Tomó sobre sí la naturaleza humana sin pecado y se identificó con nosotros en todo aspecto de la vida desde el nacimiento hasta la muerte. “El Verbo” no era un concepto abstracto de la filosofía, sino una verdadera persona a quien se podía ver, tocar y oír. El cristianismo es Cristo, y Cristo es Dios. 

La revelación de la gloria de Dios es un tema importante en el Evangelio. Jesús reveló la gloria de Dios por medio de su persona, sus obras y sus palabras. Juan anotó siete maravillosas señales (milagros) que abiertamente declaraban la gloria de Dios (Jn 2:11). La gloria del Antiguo Pacto de la Ley era una que menguaba, pero la gloria del nuevo pacto en Cristo es una gloria que va en aumento (ve 2 Co 3). La Ley podía revelar el pecado, pero no podía jamás quitarlo. Jesucristo vino con plenitud de gracia y verdad, y esta plenitud está disponible para todo el que confía en él (Jn 1:16). 

La Luz (Juan 1:4-13) 

La luz y las tinieblas son temas recurrentes en el Evangelio de Juan. Dios es luz (1 Jn 1:5) en tanto que Satanás es “la potestad de las tinieblas” (Lc 22:53). La gente ama o la luz o las tinieblas, y ese amor controla sus acciones (Jn 3:16-19). Los que creen en Cristo son “hijos de luz” (Jn 12:35-36). Así como la primera creación empezó con “Sea la luz” así la nueva creación empieza con la entrada de la luz en el corazón del creyente (2 Co 4:3-6). La venida de Jesucristo al mundo fue la aurora de un nuevo día para el hombre pecador (Lc 1:78-79). 

Uno pensaría que los pecadores ciegos recibirían con beneplácito la luz, pero no siempre es ese el caso. La venida de la verdadera luz trajo conflicto porque los poderes de las tinieblas se opusieron a ella. Una traducción literal de Juan 1:5 dice: “La luz sigue brillando en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido ni la han comprendido”. En el griego el verbo puede significar vencercaptar comprender. En todo el Evangelio de Juan se ven reveladas ambas actitudes: la gente no quiere comprender lo que el Señor está diciendo y haciendo y, como resultado, se opondrá a él. Juan 7–12 relata el crecimiento de esa oposición, que a la larga llevaría a la crucifixión de Cristo. 

Cada vez que Jesús enseñó una verdad espiritual, sus oyentes la interpretaron de una manera material o física. La luz no podía penetrar las tinieblas de sus mentes. Esto fue cierto cuando Jesús habló del templo de su cuerpo (Jn 2:19-21), del nuevo nacimiento (Jn 3:4), del agua viva (Jn 4:11), de comer su carne (Jn 6:51 en adelante), de la libertad espiritual (Jn 8:30-36), de la muerte como si hablara de dormir (Jn 11:11-13), y de muchas otras verdades espirituales. Satanás se esfuerza por mantener a la gente en las tinieblas, porque las tinieblas significan la muerte y el infierno, mientras que la luz significa la vida y el cielo. 

Este hecho ayuda a explicar el ministerio de Juan el Bautista (Jn 1:6-8). Juan fue enviado como testigo de Jesucristo, para que le dijera a la gente que la Luz había venido al mundo. La nación de Israel, a pesar de todas sus ventajas espirituales, ¡estuvo ciega a su propio Mesías! La idea de ser testigo es un concepto clave en este libro; Juan la usa como sustantivo y como verbo unas cuarenta y cinco veces. Juan el Bautista fue uno de los muchos que dieron testimonio de Jesús. “Este es el Hijo de Dios”. Pero, Juan el Bautista fue ejecutado y los dirigentes judíos no hicieron nada por impedirlo. 

¿Por qué rechazó la nación a Jesucristo? Porque “no le conocieron”. Adolecían de ignorancia espiritual. Jesús es la “luz verdadera”, la original de la cual toda otra luz es copia, pero los judíos se contentaron con las copias. Tenían a Moisés y a la Ley, el templo y los sacrificios; pero no comprendieron que estas luces apuntaban a la Luz verdadera quien es el cumplimiento y consumación de la religión del Antiguo Testamento. 

Al estudiar el Evangelio de Juan se nota que Jesús enseñaba a la gente que él era el cumplimiento de todo lo que estaba tipificado en la Ley. Pero la gente estaba tan encadenada a la tradición religiosa que no podía entender la verdad espiritual. Jesús vino a su propio mundo que él había creado, pero su propio pueblo, Israel, no pudo comprenderle y no le recibió. 

Vieron sus obras y oyeron sus palabras. Observaron su vida perfecta. Él les dio toda oportunidad para que captaran la verdad, creyeran y fueran salvos. Jesús es el camino, pero ellos no querían andar con él (Jn 6:66-71). Él es la verdad, pero ellos no querían creer en él (Jn 12:37 en adelante). Él es la vida, ¡y ellos le crucificaron! 

Pero los pecadores de hoy no tienen que cometer semejantes errores. Jn 1:12-13 nos da la maravillosa promesa de Dios de que todo el que recibe a Cristo nace de nuevo y entra en la familia de Dios. Juan habla más de este nuevo nacimiento en el capítulo 3, pero aquí recalca que es un nacimiento espiritual divino, y no un nacimiento físico que depende de la naturaleza humana. 

¡La Luz todavía brilla! ¿Has creído en el Verbo que es la Luz y llegado a ser un hijo de Dios? 


Comentario Wiersbe

Estudie la Biblia con el Dr. Warren W. Wiersbe, uno de los pastores más queridos de los Estados Unidos. Su comentario del Nuevo Testamento, basado en la serie “en Cristo”, proporciona una comprensión clara y aplicable, con introducciones y contornos para cada libro. Este recurso confiable y accesible ofrece la guía versículo por versículo de uno de los maestros bíblicos más respetados, ideal para pastores, maestros y laicos.


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