Jesucristo es la revelación del único y verdadero Dios viviente. Uno de sus nombres —Emanuel (“Dios con nosotros”) — lo describe como un importante vehículo revelador. Jesús afirma ser, en cierto sentido, una revelación exclusiva del Padre: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt 11:27). El apóstol Juan, en el prólogo de su evangelio, dice: “El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn 1:18). Cristo declaró que verle a él era lo mismo que ver al que le envió (esto es, Dios el Padre, Jn 12:45). También le dice a Felipe, con mucha franqueza, que haberle visto a él era haber visto al Padre (Jn 14:8-9). Pablo, hablando en un lenguaje más teológico, también es muy definitivo: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col 2:9). Y el autor de Hebreos plantea que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y la representación exacta de la naturaleza de Dios (He 1:2). 

En Cristo existe una revelación directamente correspondiente de Dios; Jesús es una extensión de la esencia divina. Esta revelación es completa, total y perfecta; toda la plenitud de la deidad está en él. Él es la “imagen misma” de Dios (He 1:3). Como lo expresara Homer Kent, Jr.: “Como la huella del dado representa el diseño original de forma perfecta, así está en Cristo la representación para aquellos que tienen ojos para ver la misma esencia de Dios”. Cristo es “la imagen (eikon) del Dios invisible” (Col 1:15), el ekion tiene el mismo significado teológico que charakter(“imagen misma”) en Hebreos 1:3. La revelación de Dios a través de Cristo es también definitiva. Esta es la implicación de Juan 14:9: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. También es lo que afirma Hebreos 1:1-2. El Hijo de Dios es la palabra definitiva de Dios hacia el hombre luego de haberse revelado a sí mismo en muchos momentos y de muchas maneras en el pasado. Jesús es la última palabra de Dios en los “últimos días”, esto es, el tiempo del Mesías que comenzó en el primer siglo d. C. 

Dios no pudo haberse revelado de una forma más completa que a través de Cristo. Él no podía haberse convertido en las otras formas de revelación. Éstas no son extensiones de la esencia divina y no poseen una naturaleza divina como la posee Jesús. Al comparar los otros canales con Jesús, uno no puede decir: (1) en cuanto a la creación— el que ha visto una petunia o un copo de nieve, ha visto al Padre; (2) en cuanto a la naturaleza y constitución del hombre— el que ha visto a otro ser humano ha visto al Padre; (3) en cuanto a la revelación directa— el que ha escuchado revelación directa de Dios ha visto al Padre; (4) en cuanto a los hechos poderosos— el que ha visto al mar Rojo abrirse en dos ha visto al Padre; (5) en cuanto a las vidas de los cristianos— el que ha visto a un cristiano ha visto al Padre; (6) en cuanto a la Biblia— el que ha visto la Biblia ha visto al Padre. 

Una pregunta afín que pudiera hacerse es si las Cristofanías del Antiguo Testamento son extensiones de la esencia divina. Al parecer lo fueron. Esto significa que fueron apariciones (temporales) pre encarnadas de Jesucristo. Así que, aunque estas no fueron encarnaciones reales, fueron, sin embargo, apariciones genuinas de Dios. Entonces, uno podría preguntar si las teofanías (ej. las columnas de nube y de fuego) fueron extensiones de la esencia divina. Al parecer estas no lo fueron (excluyendo de esta categoría las Cristofanías, por supuesto). Por lo tanto, uno podría decir, el que ha visto al Ángel del Señor (esto es una Cristofanía) ha visto a Dios (Jue 13:22); sin embargo, uno no podría decir, el que ha visto la zarza ardiente o las columnas de nube y de fuego ha visto a Dios. En otras palabras, las teofanías no tuvieron una naturaleza divina y no fueron extensiones de la esencia divina, las Cristofanías sí. Después de todo, el Ángel era deidad, aunque no tuviera una genuina naturaleza humana en estas apariciones. 

La única limitación de este canal es la capacidad limitada de la mente humana. Dios sigue siendo el Dios infinito e incomprensible, aun cuando se haya revelado en Jesucristo. De hecho, los escritores de los evangelios expresan que había mucho más acerca de la revelación de Dios en Cristo de lo que pudiera contenerse en la Escritura. Juan dice, por ejemplo, que Jesús realizó “muchas otras señales… en la presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro”. Juan declara que él eligió solo ocho señales, de este gran grupo de revelaciones, con el propósito personal de demostrar que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (Jn 20:30-31). Juan afirma un poco después que el mundo no podría contener todos los libros que pudieran escribirse acerca de las cosas que Jesús hizo (Jn 21:25). Tan solo podríamos imaginar la cantidad de revelación de Dios en Cristo que Dios decidió que no quedara registrada. 

Ante la ausencia de Jesucristo, la Biblia es la expresión más alta de la auto revelación de Dios. En la Escritura podemos leer sobre todos los demás canales así como también conocer exactamente qué revela cada uno. La Palabra escrita de Dios da la revelación original en su forma infalible y pura. Además, las Escrituras son en el presente, la única revelación auténtica y autoritativa de Jesucristo. Por ejemplo, en la literatura contemporánea del primer siglo puede encontrarse muy poco acerca de Jesús de Nazaret. De hecho, existe prácticamente nada en cuanto a apoyo teológico o práctico. Ningún libro auténtico o registro de la vida de Cristo ha sobrevivido, excepto los evangelios (a pesar de los evangelios apócrifos del Nuevo Testamento y escritos similares que han sido providencialmente excluidos del canon sagrado).


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