Era desafiante conversar con otras mujeres, mientras yo misma estaba entendiendo lo que significa sujeción y mandato, principalmente por las enseñanzas culturales que arropan a esta palabra. Estas conversaciones usualmente concluían con la perspectiva o experiencia personal de cada mujer para determinar si realmente deben sujetarse, sobre todo a esposos que, según ellas, no eran «merecedores» de tal privilegio.

Sin embargo, lo que no podemos ignorar es que tal mandato existe en varios versículos de la Biblia (1 Pe 3:1-5; Ef 5:21-22; 1 Co 11:3, 7-9; Ti 2:5; Es 1:20; Gen 2:18-23; Col 3:18); y ejemplificado por algunas mujeres de la Biblia (Gen 12:11-18; Heb. 11:11). Tomemos uno de esos versículos para comprender nuestro tema. Esto es lo que Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, escribió en su carta a los colosenses:

«Mujeres, estén sujetas a sus maridos como conviene en el Señor» (Col. 3:18).

Lo cierto es que Dios manda a toda esposa a una sujeción voluntaria a su esposo como corresponde a las mujeres que han confiado en Jesús —de hecho, Él es nuestro mayor ejemplo de sujeción. ¿Qué nos enseña este versículo acorde con la teología de la Biblia?

Esposas creyentes

Pablo se dirige a mujeres creyentes, ellas son la audiencia de este pasaje, esto quiere decir, mujeres que han creído en Cristo y confiado en Su obra, y en consecuencia, desean vivir de una manera que honre al Señor al mostrar esa nueva vida que han recibido de Él por gracia.  

Sean sujetas y obren en sujeción

«Estén sujetas a sus maridos», nota que la forma verbal está en modo imperativo —no abusivo, sino en el contexto de autoridad— por eso decimos que es un mandato, no una opción; además está en plural, porque corresponde a toda mujer casada. La palabra «sujetas»,  en el original connota obediencia presente a su esposo de forma intencional.

Sin embargo, hay una razón por la que pueden sujetarse: ellas, antes de obedecer algo, necesitan ser alguien. En la misma carta a los colosenses, Pablo dice: «Si ustedes, pues han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios», Col. 3:1-3.

Ninguna mujer puede acatar este mandamiento si no ha nacido de nuevo y además, no está ejercitando el poder del Espíritu Santo para matar su vieja vida y vivir por la nueva, en Cristo, al verle a Él como su esperanza, su identidad y su refugio eterno. La sumisión es una respuesta a Dios por creer en estas verdades eternas; son sujetas y obran en sujeción porque en Cristo están buscando las cosas de arriba, mientras su vida está escondida en Él.

La sujeción no es sinónimo de inferioridad, es sinónimo de amor a Dios.

La sujeción no es sinónimo de inferioridad, es sinónimo de amor a Dios; por amor a Dios guardamos sus mandamientos (Jn. 14:23), y Sus mandamientos no son gravosos, más bien están llenos de bondad y sabiduría.

Porque son del Señor

Para la esposa sumisa el esposo no es el primer objeto de su obediencia. En la versión NTV dice así: «Esposas, sujétese cada una a su esposo como corresponde a quienes pertenecen al Señor», Col. 3:18. Lo que este pasaje está diciendo es: ¡así se ven las esposas que le pertenecen al Señor!

La esposa creyente obedecerá conforme a la fe que le ha sido dada para confiar en Su Señor. Porque son del Señor, no está esperando que su esposo sea digno de su respeto para estimarlo como cabeza de hogar y así someterse a su liderazgo — sea bueno o deficiente—, se someten al Señor porque confían en Él. ¡Les conviene, porque muestran a quién le pertenecen, y de quien dependen!

Hasta aquí, comprendemos que el mandato es cierto. Lo difícil es vivirlo, porque todo nuestro ser se rebela. Por eso, debemos poner la mirada arriba para ver a Cristo, quien ha modelado una sujeción perfecta y a quien estamos llamadas a representar, Él dijo: «Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn. 6:38). 

Mi esposo no será un gran hombre de Dios, y yo no seré una gran mujer de Dios

Todo lo anteriormente dicho sienta las bases para examinar esta premisa: “Seré una esposa sumisa, solo cuando mi esposo sea un gran hombre de Dios”.

…tanto la sujeción como el amor de los esposos a la esposa son mandatos de Dios para mostrar algo más importante que nosotros: la relación de Cristo con Su Iglesia.

Dios nos llama a estar sujetas como nos corresponde porque somos de Dios en Cristo, no hay excepciones al mandato. Nosotras no condicionamos a Dios, querida hermana, porque tanto la sujeción como el amor de los esposos a la esposa son mandatos de Dios para mostrar algo más importante que nosotros: la relación de Cristo con Su Iglesia (Ef 5:22-23). Nuestra sujeción ejemplifica la sujeción de la Iglesia a Cristo, Su Salvador y Señor.

Ahora bien, sé que probablemente estarás diciendo: «tú no conoces a mi esposo, es pasivo, está enojado todo el tiempo, no es creyente, es injusto, yo sé más Biblia que él…». Tienes razón, yo no lo conozco, pero Dios sí. Y es Él quien te lo ha dado para transfomarte, y para que lo ayudes en su liderazgo a la manera de Dios. A menos que tú o tus hijos estén en una posición de riesgo por violencia física o sexual, por favor busca ayuda inmediatamente en tu iglesia local y en las autoridades pertinentes. Si no es así, Dios usa las debilidades de tu esposo para enseñarte dependencia, obediencia, amor a Dios y a tu esposo.

Tu esposo jamás será un gran hombre de Dios, porque solo hubo un gran hombre de Dios: Cristo

Finalmente, querida hermana, tu esposo jamás será un gran hombre de Dios, porque solo hubo un gran hombre de Dios: Cristo. Todos volteamos nuestra mirada a Dios en los momentos difíciles de nuestra relación matrimonial, no a nuestras condiciones. Cuando tu esposo toma la decisión final, en vez de cuestionar, tú oras y confías que al poner por obra la sujeción, Dios está obrando para su bien y Su gloria en tu matrimonio, y en la santificación de ambos.

Nuestros esposos necesitan ser exhortados en la confianza que les damos cuando confiamos en sus decisiones y ejecuciones, aun cuando fallan —como nosotras. Eres su ayuda idónea, no su dueña; su compañera, no su jefa. Tu esposo no depende de ti, y tu tampoco dependes de Él, por eso no lo condicionas, pues al hacerlo estás diciendo que tú tienes el estándar y eres su juez.

Conviértete en una intercesora de tu esposo, anímalo, hazle saber que lo admiras, lo apoyas, y que verdaderamente eres su ayuda idónea al alentarlo a ser tu cabeza y parecerse más a Cristo. ¿No es esto mejor, que se parezca a Cristo y no al gran hombre de Dios en tu mente? Si Él cada día se parece más a Cristo —el gran hombre de Dios— tú y tu familia serán verdaderamente beneficiados porque esa es la manera sabia y santificadora de Dios.


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