Una razón por la cual la labor pastoral es frecuentemente menospreciada es porque su concepto ha sido reducido de una manera injustificable. Al quitarle su amplitud, es fácil hacer que parezca insignificante. La dignidad pastoral es inevitablemente rebajada por cada reducción del rango de la responsabilidad pastoral. 

La labor pastoral no es atractiva para una mente importante y noble, hasta que se la haya visto en su totalidad, y hasta que la riqueza de su oportunidad y la diversidad de su responsabilidad haya sido comprendida por completo. Para descubrir el alcance del servicio pastoral, debemos ir al Oriente, donde se originó nuestra metáfora del pastor y así verificar cuál era la tarea de un pastor en la región de Palestina. 

Un vigilante

El pastor oriental era, antes que nada, un vigilante. Tenía una torre de vigía. Era su obligación tener un ojo bien abierto, inspeccionar constantemente el horizonte por si acercara algún enemigo. Estaba obligado a ser cauteloso y atento. La vigilancia era una virtud cardinal. Una vigilia alerta, para él, era una necesidad. No podía permitirse los ataques de somnolencia, porque el enemigo siempre estaba cerca. Solo al estar alerta podría evadir al enemigo. Había muchas clases de enemigos, todos ellos terribles, cada uno de diferente manera. 

Pablo, en su despedida a los líderes de la iglesia de Éfeso, enfatiza la importancia de la labor de vigilancia. Su exhortación final es: “¡Velad!”. Él les proporciona a estos hombres tres razones para su advertencia. Asegura que entrarían lobos rapaces que no perdonarían al rebaño. Y más aún, de entre ellos mismos se levantarían hombres que hablarían cosas perversas para arrastrar a muchos tras sí. Existen dos frentes desde los cuales siempre se pueden esperar a los enemigos: del exterior y también del interior, del mundo y también de la iglesia. No solo habrá lobos vestidos con piel de lobo, sino que también llegarán lobos vestidos con piel de oveja, y el ministro cristiano debe estar en guardia contra ambos tipos de lobos. El apóstol continúa para recordarles a sus convertidos del ejemplo que él les había dado, y les dice: “Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hch 20:31). La vigilancia es una de las marcas del buen pastor. 

Un guardia

Un pastor en el Oriente era también un guardia. Su misión era no solo supervisar, sino también proteger. Era el guardián de las ovejas. Era su defensor. Las ovejas están entre los animales más indefensos. No se les ha provisto de armas de ataque ni de defensa. No pueden morder ni rasguñar ni patear. Pueden correr, pero no tan rápido como sus enemigos. Una oveja no es rival para muchos animales que tienen la mitad de su tamaño. Su indefensión es digna de lástima. Depende de manera absoluta de la fuerza y la sabiduría humana. Su seguridad yace por completo en el hombre. El hombre es su refugio, su escudo, su protección, su roca, su fortaleza. 

El pastor en el Oriente era en guardador, un protector, un defensor. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Sal 23:4). La protección de las ovejas es una función primordial en la labor pastoral. Cómo guardar a los jóvenes de la comunidad de la tentación abrumadora, cómo refugiar a las muchachas de una aldea o ciudad de los peligros innecesarios, cómo proteger al proveedor para que no derroche su dinero y cuidarlo de los excesos inherentes en bares y tabernas, cómo evitar que la diversión y la recreación se degeneren en formas de desmoralización, cómo disminuir los males que no se pueden aniquilar y cómo guardar a los niños de las influencias que ensucian la mente y carcomen el florecimiento del corazón; todo este trabajo de prevención es labor pastoral 

Un guía

El pastor es un guía. Las ovejas no son viajeras independientes. Deben tener un conductor humano. No pueden ir a lugares predeterminados por sí mismas. No pueden comenzar el día por las mañanas en búsqueda de pastos y después volver a casa al anochecer. Aparentemente no tienen un sentido de dirección. Las ovejas irán donde el pastor las guíe. La oveja sabe que el pastor es un guía y que siguiéndole a él, están a salvo. El pastor no puede arrear a las ovejas, sino que debe guiarlas. 

El poeta que pensó en Dios como un pastor conocía bien la labor de uno. Él pensó en Dios, en primer lugar, como un líder. Dios va por delante y encuentra los arroyos de agua dulce y los pastos fragantes. “En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará” (Sal 23:2). Esta idea de liderazgo estaba en la mente de Jesús cuando dijo: “Yo soy el Buen Pastor”. Su boceto del pastor palestino era fiel a la realidad. “Las ovejas oyen su voz; llama a sus ovejas por nombre y las conduce afuera. Cuando saca todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz”. 

Un médico

Un pastor en el Oriente era un médico para las ovejas. Al igual que los seres humanos, las ovejas tienen enfermedades y, tal como las demás criaturas vivientes en nuestro planeta, son susceptibles a los accidentes y las tragedias. Se cortan, sus pies se lastiman, se rompen las piernas, caen víctimas de moquillo y enfermedades de muchos tipos. El pastor oriental era un sanador de las enfermedades de su rebaño. La naturaleza de su llamado obligaba al pastor para que fungiera como médico y enfermero.

Jesús, el Buen Pastor, siempre se consideró a sí mismo como un médico. Él no podía entender por qué sus enemigos objetaban cuando él ponía atención a los enfermos. Cuando envió a sus discípulos, les encargó que hicieran dos cosas: que predicaran y sanaran, dejando en claro que sus enviados no podrían cumplir su ministerio solo con palabras; debían realizar una labor en particular. 

Las enfermedades del alma son muy numerosas y los remedios provistos por el Todopoderoso son eficaces solo cuando los aplica un médico experimentado. Aunque el ministro no debe tratar de suplantar al médico, sin embargo, nunca puede olvidarse de que él mismo, como pastor, es un médico y que, a través de todos los recursos que Dios pone a su alcance, es su obligación trabajar por la restauración de la humanidad a la salud tanto física como espiritual.

Este artículo es un extracto del libro El ministro como pastor, publicado por Editorial EBI.


El ministo como pastor - Editorial EBI

El ministro como pastor

Dado que Cristo es la imagen de su Padre, podemos concluir que Dios mismo es un Dios pastor. Para glorificarlo debemos hacer la obra de un pastor, y para disfrutarlo para siempre debemos tener un corazón de pastor.

Todo pastor debería leer este libro sobre cómo modelar el ministerio de liderazgo pastoral según la Biblia.


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