La imitación del amor de Cristo

El amor de Cristo es una clase de amor superior a todo lo demás, jamás podrá ser igualado, mucho menos superado, no tiene precedentes ni comparación. Y es a esa clase de amor que la Biblia nos manda: «andad en amor, así como también Cristo os amó» (Ef. 5:2); Juan 13:34: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros»; Juan 15:12: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado». La medida del amor cristiano es al amor de Cristo.

¿Quién es suficiente para semejante imposibilidad? Necesitamos entender que el llamado de amar como Cristo nos amó no es una afirmación de que seremos capaces de amar con la misma perfección de Cristo. En este punto es útil recordar otro mandato que también es imposible: «Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt. 5:48). La perfección que Jesús está mandando a Sus discípulos es semejante al mandato de amar como Él nos amó. Se puede observar en el mismo contexto del sermón del monte que Jesús estaba elevando la clase de amor que Él exigía de Sus discípulos. No solamente debían ser capaces de amar a sus prójimos, sino que ellos también debían ser capaces de amar incluso a sus enemigos. Romanos 5:8 lo dice de esta manera: «Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». El amor del seguidor de Cristo no puede ser limitado a un cierto grupo de individuos, sino que es un amor imparcial. 

Entonces, tenemos que entender que el mandato de «andar en amor» y «amar como Cristo nos amó» no está esperando la misma cualidad o capacidad de amor que Jesús demostró. No es que vamos a poder amar perfectamente como lo hizo Jesús. Recuerda, Su amor está en su propio rango; ontológicamente superior que incluso el amor cristiano más puro. Pero sería un error también decir que el amor cristiano no es un amor parecido al amor de Cristo. Por eso, Pablo y Jesús proveen la comparación del amor que les es exigido a los discípulos de Jesucristo: «así como también Cristo os amó» (Ef. 5:2) y «como yo os he amado» (Jn. 15:12). No queremos rebajar el amor de Cristo ni elevar nuestro amor indebidamente, sino reconocer que la obra de Cristo fue única e incomprensiblemente mayor que cualquier amor humano haya realizado, y aun así apuntar para amar como Cristo nos ha amado. 

Por lo tanto, nuestro amor debe por los menos ser distinguido por las mismas características que se pueden observar en el amor de Cristo. Nuestro amor debe ser (1) incondicional, (2) constante, que no deja de ser, (3) perseverante, que se resiste la oposición, (4) imparcial, que no muestra preferencia, (5) sacrificial, que está dispuesto a dar todo, (6) servicial, que no busca lo suyo, (7) humilde, que no se enaltece, (8) dadivoso, que no exige reciprocidad, (9) extravagante, que no tiene límites, (10) espontáneo, que siempre toma el primer paso, (11) palpable, que no es una emoción sino que es una acción real, (12) frecuente, que no se cansa, (13) santo, que es en conformidad a la Palabra de Dios. Claramente el amor cristiano es un amor que es hermoso cuando se manifiesta oportunamente.

Posiblemente no se puede mejorar la definición dada por Pablo en 1 Corintios 13:4–7: «El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». El amor cristiano es un desafío debido a que es abnegado y sacrificial. Sin embargo, somos llamados a seguir el ejemplo de nuestro amado Señor. 

Un amor precioso

La confianza que tenemos es que la habilidad para amar como Cristo amó no procede de nosotros como si nosotros fuéramos la fuente de la que brota semejante clase de amor. Mas bien, la fuente de aquel amor excelente procede de Cristo. Nunca debemos olvidar que: «nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1 Jn. 4:19). Nuestro amor es simplemente una respuesta al amor con la cual hemos sido amados. Como Pablo dice: «el amor de Cristo nos apremia» (2 Co. 5:18). Es el amor de Cristo por el que somos motivados, constreñidos y urgidos a amar a los demás. Nuevamente, tenemos que ver cuál es el mandato para nosotros los hijos de Dios. Juan escribe: «En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Jn. 3:16). Aquí vemos cómo el ejemplo perfecto de Cristo sirve para que nosotros estemos dispuestos a emularle y seguirle.

Jesús dijo: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Jn. 15:13). Evidentemente es un llamado altísimo estar dispuesto a sacrificarse voluntariamente para que un amigo pueda retener su vida. Pero en la actualidad no hay casi ninguna oportunidad que se presente donde se pueda ofrecerse a sí mismo para salvar la vida de uno de sus amigos. Sin embargo, para nosotros el llamado es morir a nosotros mismos todos los días (1 Co. 15:31), lo cual es muchísimo más difícil. Porque, aunque dar la vida por los amigos es un acto solemne y excelente, es un acto hecho sólo una vez. En contraste a la necesidad de morir a uno mismo una y otra vez cada día para poder amar a los hermanos, está es una labor ardua y una que muy pocos logran cumplir a cabalidad. Por eso debemos andar en amor, porque es una obediencia constante, tomando el ejemplo de Jesucristo, donde ponemos nuestras vidas por los hermanos continuamente. Qué el Señor nos ayude a amar como Cristo nos amó.

Puedes leer la primera parte de este artículo aquí


Comparte en las redes