Entre los muchos diferentes mandatos que se observan en las Escrituras, existe un énfasis particular sobre la importancia de amar (Mt. 22:37–40; Ro. 13:10; Stg. 2:8). Sin embargo, ¿cuántas personas realmente se detienen para ahondar las profundidades del amor bíblico? Todos pueden afirmar que el amor es esencial, pero eso no quiere decir que todos se dedican a amar. Esta perla preciosa del amor genuino no se encuentra por accidente. Es como una perla de gran valor que se debe buscar con diligencia para ser hallada.

Pero ¿cuántas personas se han contentado con las miserables y baratas réplicas del amor que el mundo ha vendido? ¿Cómo es posible que las personas se conformen con quedarse con un amor que no ama verdaderamente y un amor falso que no vale? El verdadero amor solamente puede ser hallado en Dios, quien es amor (1 Jn. 4:8), lo cual significa que el amor es la misma naturaleza de Dios y es Dios quien define lo que es o lo que no es. 

Pablo, escribiendo a la iglesia de Éfeso, les manda: «Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma» (Ef. 5:1–2). La medida del amor cristiano es el amor de Cristo, es decir, que el cristiano debe apuntar a tener un amor semejante al amor de Cristo. En Él podemos contemplar un ejemplo viviente de qué es el amor, porque el Dios Encarnado, Jesucristo mismo, es la cima de toda expresión de amor jamás expresado. 

En contraste, claramente se puede ver que el amor que pretende vender el mundo es un amor fraudulento, adulterado e inmundo, al compararse con la belleza y la pureza del amor de Dios. El amor del mundo es una emoción momentánea, un sentimiento sexual, un impulso inesperado, una atracción física, una pasión descontrolada, una impresión fuerte, un ardor interior intenso. El amor del mundo promete todo y entrega nada. Quienes esperan cosechar el amor del mundo, solamente recibirán a cambio tristeza y desesperanza.  

El mandato de Pablo es complementado con una comparación que dicta que la medida del amor cristiano es el amor de Cristo: «andad en amor, así como también Cristo os amó» (Ef. 5:2). Entonces, antes de intentar especificar los detalles del amor cristiano, hay que investigar sobre el tema del amor de Cristo.

El amor de Cristo

Hay muchos aspectos que se pueden estudiar de la persona y obra de Cristo, y mientras que todos ellos tienen su propia dignidad, la investigación y el estudio acerca del amor de Cristo es una de Sus coronas eternas. El amor de Cristo es incomparable, difícilmente será comprendido de este lado de la eternidad y llenará al pueblo de Dios con asombro por toda la eternidad. ¿En qué consiste el amor de Cristo? ¿Cuál es la naturaleza del amor de Cristo y dónde se pueden observar sus manifestaciones? Consiste en la dispensación perfecta de la misericordia y gracia de Dios según la sabiduría divina de proporcionar vida eterna al pueblo escogido de Dios mediante el sacrificio de Jesucristo a fin de que la gloria de Dios se manifestara a ellos en toda Su plenitud, permitiéndoles compartir de la naturaleza divina sin faltar ninguna bendición preparada para ellos y asegurar su seguridad eterna y gozo inefable para que Dios sea glorificado en Su pueblo para siempre. El amor de Cristo es la excelencia de todas las excelencias, y un atributo sublime. 

El amor de Cristo es la excelencia de todas las excelencias, y un atributo sublime.

El amor de Cristo se puede ver desde antes de la creación, cuando fue formulada aquella voluntad bendita, por la cual el Padre escogió un pueblo para Su propia gloria que sería redimido mediante la muerte y resurrección del Hijo por medio de la aplicación eficaz de la obra regeneradora del Espíritu. Se puede observar el amor de Cristo particularmente en Su propia tarea dentro de la salvación trinitaria. Ahora, es necesario afirmar que, al mirar solamente el amor de Cristo, no se puede olvidar que también el amor del Padre y el Espíritu fueron manifestados en la redención del pueblo de Dios. El plan de redención fue perfectamente llevado a cabo por el Dios Triuno, pero en este estudio nos concentraremos en el amor de la segunda persona de la Trinidad. 

Particularmente Pablo tenía en mente un aspecto especifico en cuanto al amor que Cristo demostró a los hombres: «se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma» (Ef. 5:2). Ahora, se podría llegar a concluir que Pablo solamente tiene en mente el momento de la crucifixión de Cristo. Sin embargo, la Biblia comprende que toda la vida de Jesús; Su venida, Su ministerio, Su juicio y Su muerte, todo ello fue parte de Su acto de darse a Sí mismo y en términos teológicos se conoce como la humillación del Hijo. Entonces, es importante pensar en la vida de Cristo como un todo para poder entender a cabalidad Su sacrificio, aunque es cierto que la cima fue manifestada en aquella cruz, «ofreciéndose a sí mismo» (He. 7:27), dando «su vida en rescate por muchos» (Mt. 20:28). Claramente: «En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros» (1 Jn. 3:16). Toda Su vida de humillación fue una demostración de Su amor hacia los hombres. Jesucristo por amor a los hombres: «no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:6–8). Él es quien «nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre» (Ap. 1:5).

El amor de Cristo es manifestado en cada momento de Su Encarnación, cada día que caminó entre los hombres fue debido a Su amor. Cada acto de obediencia al Padre y cada condescendencia delante de los hombres surgió de Su amor. Thomas Manton comentando sobre la obediencia de Cristo dice: «Había en esto tanto amor a Dios y piedad al hombre, tanta abnegación, humildad y paciencia, tanta entrega de sí mismo a Dios, quien lo había designado para ser el redentor de la humanidad, y para hacer este gran servicio por ellos, que es imposible que pueda ser paralelo»[1]. No existe un amor semejante en toda la historia. El amor divino se manifestó en el glorioso y terrible sacrificio de Cristo, glorioso por la dignidad de la persona de Cristo, terrible por cuanto Dios mismo fue hecho pecado (2 Co. 5:21) y porque el Hijo del Altísimo fue quebrantado por el Padre (Is. 53:10). ¿Qué mayor ejemplo puedes contemplar del amor? No conozco ninguno.

Puedes leer la segunda parte de este artículo aquí.


[1] Thomas Manton, The Works of Thomas Manton, (Edimburgo, Reino Unido: The Banner of Truth Trust, 2020), xix:182.


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