Hace más de 200 años, una inglesa llamada Mary Wollstonecraft publicó una obra titulada “La vindicación de los derechos de la mujer”, donde ella aboga por que las mujeres fueran enseñadas de la misma forma que los hombres. Ella argumentaba que las mujeres se veían inferiores porque no tenían el mismo conocimiento que los hombres al no tener la misma oportunidad de estudiar que ellos.

Mary Wollstonecraft abogaba por la igualdad entre hombres y mujeres en cuanto al estudio, lo cual es una petición loable; sin embargo, cuando se toman decisiones basados en nuestro propio beneficio y para nuestra propia gloria, no tendrán buen final.

La obra de Mary Wollstonecraft sirvió de inicio para el feminismo, una ideología que promueve precisamente la igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos, y la que ve al hombre como el principal enemigo de la mujer porque ha estado sobre ella, subyugándola, abusándola, minimizando su labor.

Eso es verdad, a través de la historia y tristemente aun en la actualidad podemos ver que la violencia crece y crece cada vez más. Lo que han ignorado las feministas que acusan al hombre de ser el culpable de todo el mal que sucede en la sociedad y específicamente contra ellas, es que la maldad no tiene género, no distingue raza, ni siquiera toma en cuenta la edad.

La maldad está presente en cada ser humano, es el pecado el enemigo real que tenemos todos los seres humanos, todos, no solo los hombres. Las mujeres somos tan capaces de hacer el bien que hacen los hombres, como también el mal. Entonces, querer acabar el mal hacia la mujer pidiendo igualdad con el hombre, es absurdo.

La maldad está presente en cada ser humano, es el pecado el enemigo real que tenemos todos los seres humanos, todos, no solo los hombres.

¿Quién vale más, el hombre o la mujer?

Las mujeres han levantado la voz a través de los años para reclamar que son tan capaces e incluso mejores que los hombres y merecen ser reconocidas por ello. Es un grito desesperado para decir ¡hey, tenemos el mismo valor que ustedes!

Y la realidad es que así es, delante de Dios, hombres y mujeres tenemos el mismo valor, somos de la misma dignidad a los ojos de Dios, pero esto no lo entendemos sino hasta que nuestro corazón y mente han sido transformados, renovados, lavados por medio del evangelio; de lo contrario, seguiremos creyendo en ideologías y filosofías que entre líneas nos dicen que somos nuestros propios dioses y que podemos elegir lo que es mejor para nosotros, tal cual le susurró la serpiente a Eva (Gn. 3:1-5).

La mujer sigue siendo engañada con la misma mentira de la serpiente en el Edén: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió…” (Gn. 3:6).

La estrategia de la serpiente no ha cambiado, nos llena los ojos con lo que parece mejor de lo que tenemos, nos atrae la vista, nos da saciedad a los deseos de la carne y nos llena de hambre por la vanagloria de la vida. “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2:16).

El feminismo moderno les habla a las mujeres, creyentes o no, diciéndoles que merecen más de lo que les ha sido dado, que son tan fuertes y capaces para hacer lo que sea que quieran y sobresalir por encima de quien se ponga enfrente. Les dice que merecen más solo por ser mujeres.

No obstante, a través de la Palabra de Dios sabemos que en Cristo el hombre no es superior a la mujer, ni la mujer al varón (Gal. 3:28), sino que Dios nos creó diferentes, biológica, física y emocionalmente para complementarnos y con ello reflejar la gloria de Dios al mundo entero.

…en Cristo el hombre no es superior a la mujer, ni la mujer al varón.

La lucha inició en el Edén

Lo que pensamos que inició como un movimiento donde pedían mejores oportunidades de estudio, ser valoradas, no abusadas; en realidad es una guerra que inició en el Edén y que hasta el día de hoy vemos las consecuencias de una decisión tomada por escuchar una voz distinta a la Palabra, a la voz de Dios.

El feminismo moderno no solo es un peligro para las mujeres cristianas, es un peligro para cualquier mujer. Porque es en esa búsqueda de la libertad que ellas tanto anhelan, que son esclavas sin darse cuenta.

Viven en una guerra sin fin contra el enemigo equivocado, una lucha que no ganarán porque la mujer no ha sido llamada a ser igual que un hombre, sino que ha sido llamada a ser como Cristo, a dignificar su rol para glorificar a Dios, con su lugar en la sociedad, en la iglesia, en el hogar y donde quiera que se encuentre.

[Las feministas] Viven en una guerra sin fin contra el enemigo equivocado, una lucha que no ganarán porque la mujer no ha sido llamada a ser igual que un hombre, sino que ha sido llamada a ser como Cristo

Podríamos pensar que es una ideología exclusiva de las mujeres que no conocen a Dios, que nunca han escuchado el evangelio; sin embargo, pensar eso sería cerrar los ojos ante la realidad de que el feminismo está presente en el corazón de la mujer creyente, y por consiguiente en los hogares y en nuestras iglesias.

Suele presentarse de manera inofensiva, no agresiva, pero penetra tan fuerte en los corazones que produce descontento en la mujer. Tal vez nunca hagan marchas exigiendo tener las mismas oportunidades que los hombres, el mismo lugar en el hogar, las mismas responsabilidades y los mismos derechos que los hombres; no obstante, desde su corazón, desde la quietud de su hogar sí manifiestan esa misma revolución al despreciar, renegar y rechazar el lugar que por gracia les ha sido dado por anhelar algo más grande.

La pregunta es: ¿más grande a los ojos de quién? A los creyentes se nos instruye a buscar agradarle al Señor en todo lo que hacemos (Gal. 1:10), a darle la gloria a él (1 Co. 10:31); cuando tenemos claro que estamos en el lugar donde estamos ahora mismo, por gracia de Dios y para la gloria de Su Nombre, aun sabiendo que podemos hacer mucho más, estaremos contentas, sirviendo con gozo y gratitud porque eso glorifica a Dios.

Dios usará tus capacidades en su tiempo y en su forma

Sé y estoy convencida de que las mujeres podríamos estar haciendo muchas más cosas incluso para el avance del Reino, pero querer arrebatarlas solo por el hecho de que Dios nos ha dado esa capacidad, es una necedad.

No estoy diciendo que entonces dejemos de prepararnos, de estudiar, de aprender algo nuevo que contribuya a nuestro trabajo o que pueda ayudar al hogar o la iglesia, lo que estoy diciendo es que, si Dios quiere llevarte a más, a promoverte en tu trabajo, a llamarte a servir en la iglesia en el ministerio de mujeres o de niños, o donde sea que el Señor quiera usarte, él lo hará en su tiempo y en su forma.

Mientras tanto, sirvamos con alegría, con gratitud, con paciencia mientras nos deleitamos en Cristo, en él está nuestro contentamiento, estamos completas en Él. No necesitamos sobresalir para sabernos valiosas, lo somos en el lugar que estamos, créeme.

“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2:8-10).

Mira el lugar donde te encuentras y dime si ahí Dios no puede usarte para Su gloria. Nuestro corazón tenderá siempre a querer más, el aplauso de otros, el ser visible y amada, pero no olvidemos que, aunque somos llamadas a ser luz, no somos la luz principal, solo somos el reflejo de Aquel que brilla por la Eternidad, Cristo, la luz del mundo (Jn. 8:12).

Lo que comenzó en el edén o lo que una ideología grita en busca de una supuesta libertad de la mujer, no tiene por qué definirte, ni guiarte, ni controlarte; el sacrificio de Cristo es lo que nos da la verdadera libertad.

Vuelve a Cristo, deléitate en él, en su Palabra, encuentra en él lo que tu corazón puede estar buscando en el lugar equivocado. Aún hay tiempo, no tardes.


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