Estas semanas he estado estudiando el Evangelio de Marcos y me he detenido estos últimos 3 días en un pasaje que me ha conmovido demasiado, me ha hecho reflexionar y quiero compartirlo contigo. Se trata de Marcos 4:21-25 y vamos versículo a versículo:

“También Jesús les decía: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de una vasija o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?” (Mr. 4:21 NBLA).

“Yo soy la luz del mundo” dijo nuestro Señor Jesucristo (Jn. 8:12), ÉL es quien alumbra nuestra vida, quien guía nuestros pasos en el camino que hemos de seguir. Cristo es la luz que hace huir las tinieblas, que revela lo oculto, una luz que nos deja ver claramente nuestra condición y lo que necesitamos saber de nosotros.

¿Por qué en ocasiones tratamos de ocultar esa luz? ¿Será acaso que tenemos temor de compartir el evangelio? ¿Nos avergonzamos de compartir las buenas nuevas de Cristo? (Ro. 1:16). Cuando hemos decidido guardar esa luz en un cajón, en un cuarto aparte, en nuestro corazón no hemos entendido el evangelio. No hemos entendido lo urgente que es el que otros conozcan a Cristo. No podemos ser cristianos “secretos” porque compartir el evangelio es en todo tiempo y en todo lugar.

Entiendo que a algunos se nos dificulta mucho compartir, evangelizar a otros, pero es un llamado que Dios nos hace; y si es un llamado de Su parte, entonces también nos capacitará para hacerlo. Podemos desanimarnos porque no vemos en otros el anhelo de ser salvos cuando les compartimos las buenas nuevas de Cristo, pero eso no nos toca a nosotros. La salvación le corresponde al Señor, tú y yo debemos ir y compartir el evangelio, y no solo eso, sino hacer discípulos de Cristo.

No guardes silencio

“Porque nada hay oculto, si no es para que sea manifestado; ni nada ha estado en secreto, sino para que salga a la luz” (Mr. 4:22 NBLA).

Si somos verdaderos hijos de Dios, no podremos ocultarlo durante mucho tiempo, aunque queramos, aunque hagamos lo posible porque nadie se entere. Y, a decir verdad, buscaremos que más y más personas lo conozcan, le amen, le obedezcan y crean en su Palabra. Los verdaderos creyentes anunciarán que Cristo es la luz que el mundo necesita.

Los cristianos comprometidos con la proclamación del evangelio no se quedarán callados, no ocultarán la luz porque, a final de cuentas, esta no se puede ocultar. ¿Recuerdas cuando de Pedro dijeron: “verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre” (Mt. 26:73 RV60)?

Tarde o temprano todo saldrá a la luz. Si se nos ha dado esa luz, no la podremos esconder. ¿Quién querría esconder una luz tan grande como lo es Cristo y su Palabra? Si por gracia de Dios hemos recibido el poder entender su Palabra, no la apaguemos, no la guardemos en un cajón porque: “La exposición de tus palabras imparte luz; da entendimiento a los sencillos” (Sal. 119:130) y otros necesitan escucharla, no solo nosotros.

Esa luz debe brillar, alumbrar en todos lados, a donde quiera que vayamos y con quien sea que hablemos. La luz del evangelio es inmensa, hagamos lo posible para que alumbre siempre donde estemos.

Aprender a escuchar

“Si alguno tiene oídos para oír, que oiga” (Mr. 4:23 NBLA).

No todos tienen oídos para oír la voz del evangelio. Pero si nosotras sí los tenemos, hagamos lo que se nos pide y dice, pongamos atención y enseñemos a otros. Somos privilegiados de tener oídos para escuchar la voz de Dios a través de su Palabra.

Necesitamos oídos que oigan y entiendan para poder compartir lo que la Palabra de Dios enseña, porque no podemos dar lo que no tenemos, no podemos amar y compartir la verdad que no conocemos.

Amemos esa luz que alumbra los corazones, que nos muestra lo oculto y obscuro que hay en ÉL, esa luz que nos guía por sendas seguras, que nos muestra el camino, que es lámpara a nuestros pies y que nos permite conocer a Dios y su corazón.

Amemos a Dios, su Palabra es un deleite para nosotros (Sal. 119:24), la guardamos y anhelamos que otros la conozcan. La atesoramos en nuestro corazón y es que es algo tan maravilloso lo que sucede cuando Cristo nos encuentra, le conocemos y nos enamoramos de ÉL, buscamos estar en su presencia todo el tiempo, queremos conocerlo y leemos su Palabra, y entre más comemos de ella, más hambre tenemos por conocerle. Hambre no porque ÉL no nos sacie, sino porque nuestra alma está tan necesitada de ÉL todo el tiempo que le buscamos más y más.

Cada día necesitamos beber de esa agua de vida, cada día necesitamos su pan, cada día nuestra alma necesita esa luz para no perderse en la obscuridad, para no desviarnos y olvidar el camino por el que vamos y no olvidar tampoco los peligros en los que podemos caer (Sal. 119:109).

Más es más

“Además les decía: Cuídense de lo que oigan. Con la medida con que ustedes midan, se les medirá, y aun más se les dará” (Mr. 4:24 NBLA).

Cuida lo que oyes para que tengas un entendimiento claro de la verdad. Cuando leemos la Biblia, es Dios quien nos está hablando a nosotros ¿no es eso increíble? Pongamos atención a lo que Dios nos está diciendo. Entre más buscamos entender la Palabra, cuando más la escudriñamos y atesoramos, Dios en su gracia y bondad nos da mayor entendimiento de ella. Recibamos su voz con un corazón humilde, enseñable, sumiso, obediente, y ÉL nos bendecirá dándonos mayor entendimiento.

Mientras más conocemos su Palabra, más conoceremos a Dios, sus promesas, sus planes, su santidad, el gozo y gratitud de ser sus hijos, conoceremos más y más a Jesucristo. Dios nos dará más de lo que buscamos, ÉL bendice generosamente cuando de manera diligente e intencional buscamos conocerle más. ¡Dios nos dará más y podremos levantar más en alto la luz del evangelio para hacerlo brillar!

Menos es menos

Cuando somos apáticos a la Palabra, cuando pensamos que ya conocemos lo que dice, que no hay nada nuevo que ella pueda decirnos, lo poco que teníamos de comprensión de ella, de amor por ella y de discernimiento, tarde o temprano irá desapareciendo.

“Porque al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mr.4:25 NBLA).

Quizá estés en la terrible situación de alguna vez haber sido útil para el Reino, sirviendo, compartiendo, enseñando, evangelizando, y hoy eres solo la sombra de ello, un eco. Quizá te veas a ti mismo como una oidor y no hacedor de la Palabra de Dios sin esa luz que hacías brillar en todo su esplendor, sin esa pasión y esa urgencia por compartir de Cristo a otros que están en obscuridad.

Pero, hay esperanza. La luz que te ha sido dada, hazla brillar, no la escondas, habla de ella, que Dios se hará cargo de que esa Palabra, su Palabra que siembres en otros, produzca fruto.

Recuerda que para hacer brillar la luz de Cristo comenzamos desde nuestro hogar, en la forma en la que honramos a nuestros padres, cómo amamos y respetamos a nuestro cónyuge, en la forma en la que amamos e instruimos a nuestros hijos, la hospitalidad al abrir nuestro hogar para que otros vean de manera orgánica cómo es que se vive con Cristo al centro.

Hacemos brillar la luz de Cristo cuando somos bondadosos, compasivos, cuando mostramos humildad, amor por el prójimo. No solo brillamos la luz de Cristo en una plataforma o siendo una voz en las redes sociales, comenzamos en nuestro hogar y nuestro entorno.

Si hoy te has dado cuenta de que ese amor por Dios y su Palabra ha ido disminuyendo y, por ende, la luz que debieras reflejar está siendo cada vez menor; si te has dado cuenta de que necesitas un avivamiento en tu ser, vuelve al Señor ahora mismo, vuélvete a Cristo en arrepentimiento y fe, habla a tu alma el evangelio. Recuerda el sacrificio de Cristo, rechaza todo aquello que te ha hecho alejar de su Palabra, sea apatía, pecado o estar atado a los deleites del mundo. Hazlo ahora, vuelve a Cristo, vuelve a la Biblia y que el Señor Jesús a través de su Espíritu Santo te ayude y abra tus ojos y entendimiento a su Palabra y regreses para no irte nunca más.


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