Todos queremos y necesitamos amigos, pero pocos sabemos ser amigos y cultivar una amistad. Este dilema no es exclusivo a un sector de la raza humana, las comunidades cristianas se ven afectadas cuando nuestro entendimiento de amistad se parece más a la cultura del mundo que a la cultura de la Biblia. ¿Qué es la amistad? ¿Cómo se ve diferente en la comunidad cristiana? Puesto que, la Biblia se trata del mejor amigo que podemos tener: Jesús, los cristianos tomamos de Él un ejemplo a seguir para ser y tener amigos.

El diccionario de la Real Academia Española define la amistad así: «Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato»[1]. La Biblia define amistad como una relación dónde: «En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia» (Prov 17:17). Esta realidad la vemos reflejada en la relación de Jonatán y David (1 S 18:1-3), y en el ejemplo que Jesús nos da: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos. Ustedes son Mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre» (Jn 15:13-15).

La amistad entre cristianos es un reflejo de la amistad que tenemos con Dios por medio de Cristo, y por eso es una bendición de Dios. Tener amigos y ser amigos proviene de entender que, así como Jesús no se sirvió a Sí mismo, así servimos y amamos a nuestros hermanos y hermanas en la fe, es una relación que inicia en esta tierra, pero que perdurará hasta la eternidad. Sin embargo, como toda relación, en la amistad sembramos y cultivamos diariamente en la vida de aquellos que Dios nos provee, en Su providencia, durante toda nuestra vida.

¿Cuál es el fundamento de la amistad?

De pequeño llamaba «amigo» con quienes compartía el interés y pasión común de jugar fútbol. Nuestra mayor alegría era hacer goles, reírnos cada vez que tropezábamos con el otro y fingir que éramos jugadores al nivel de Maradona o Pelé. A medida que crecí conocí a otros amigos, quienes llamaban mi curiosidad por las fechorías que realizaban, se podría decir que ellos no eran tan buenos amigos por su influencia en mi vida que yo permití. Nuestras amistades se vuelven influencia buena o no tan buena por los frutos que destilan de esas relaciones (Prov 18:24). 

Podemos enlistar que somos amigos porque tenemos la misma edad, estudiamos en la misma escuela o Universidad, porque jugábamos de pequeños, porque nos contamos alguna que otra intimidad o sueño, o porque presenciamos alguna situación incómoda que de cierta manera nos hace testigos. Quizá una amistad pueda iniciar de esta manera, pero si solo se limita a ello, es muy superficial. No es hasta que compartimos honestamente nuestras vidas, lo que la Biblia llama cuidarse «los unos a los otros», (Rom 12:10; Ga 6:2; Ef 4:32; 1 Tes 4:8; 5:11; He 3:13) que consideramos la necesidad de tener amigos. Los cristianos tenemos en común el evangelio que nos ha salvado y que nos impulsa a dejar de ser solitarios para hacernos acompañar por otros en este mundo quebrantado. El evangelio es el fundamento de nuestra amistad, aunque no siempre comprendemos cómo se ve.

¿Por qué nos cuesta tener amigos? 

La respuesta sencilla es: por el pecado. Es difícil ser y tener amigos porque el pecado nos ha hecho seres humanos egoístas de lo cual somos totalmente responsables. Demasiadas veces nos encontramos pensando en nosotros primero y después, y si hay tiempo, pensamos en alguien más. Aun cuando la Biblia dice que no debemos servirnos, sino servir a otros (Mt 20:28) y ver a otros como más importantes que nosotros mismos (Fil 2:3-4), no lo hacemos. Esta práctica contrasta con la enseñanza de la cultura que muchas veces adoptamos en nuestras amistades. Su filosofía es ser amigos de quienes nos sirven, es decir, con quienes voy a “ganar algo de regreso”, o me hacen sentir bien, básicamente el interés es lo que recibiré a cambio. O bien, ponemos la excusa de que son los otros los que me rechazan o que no siempre se ha tenido muchos amigos. 

Nos llegamos a acomodar en un pensamiento que pueden vivir y hacer todo solos o en tener muchos amigos, pero poca profundidad en sus relaciones. Controlamos qué información o perfil compartimos con otros porque tenemos temor del rechazo o no deseamos que se involucren en nuestra vida. Otras veces ponemos expectativas muy altas en otros para salva protegernos de que no nos lastimen o de que esta amistad sí me hará bien. O podemos caer en la mentira sutil del individualismo que todo lo que nos parece “tóxico” o lo que no “suma a tu vida” se desecha sin el menor remordimiento. Esta actitud no es la que leemos en las Escrituras.

La amistad en Cristo

Los cristianos debiésemos ser los mejores amigos del planeta porque tenemos la mejor noticia eterna. Hemos sido escogidos y amados por Dios sin merecerlo, hemos sido perdonados y justificados sin ganarlo. Tenemos un Padre en los cielos que nos ha dejado junto a otros hermanos pecadores como nosotros para acompañarnos en la vida de peregrinos que nos hace semejantes unos a otros. Solo un amigo cristiano comprende el dolor bajo la soberanía de Dios. Solo un amigo cristiano comprende el sufrimiento de la pérdida de un hijo. Solo un amigo cristiano comprende la lucha con el pecado para hacer la voluntad de Dios. Solo un amigo cristiano se goza cuando se ha pasado la prueba con gozo y fidelidad. Somos locos para Cristo y en Cristo.

Los dos grandes mandamientos que tenemos nos ofrecen principios aplicables a la amistad: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas», (Mt 22:37-40). Podemos tener una amistad con nuestro Dios trino porque Él nos amó primero a través de Cristo al reconciliarnos con Dios, de manera que repliquemos esa amistad con otros hermanos y hermanas que han sido reconciliados con Él.

He llegado a comprender, por la gracia de Dios, que primero es la hermandad en Cristo y luego la amistad. Todos los que hemos sido regenerados por la fe en Cristo, somos hermanos de la gran familia de Dios, pero no con todos seremos amigos que caminaremos juntos de este lado de la gloria. En respuesta a ese maravilloso amor que ha sido derramado en nuestros corazones es que podemos afirmar que un amigo es aquel que está presente para decirte palabras de vida y verdad (Prov 27:9). Es aquel que pide perdón cuando se ha equivocado y busca restituir el daño causado (Prov 27:6). Es aquel que ríe contigo y llora contigo, que te acompaña y sin temor te dice que te arrepientas o lo lamentarás el día de mañana (Prov 27:17). Es aquel que se queda, que persevera y no se avergüenza de llamarse tu amigo (Prov 18:24). Amigos son los que caminan por el valle de sombra de muerte juntos y en el camino angosto y difícil, pero que también celebran los triunfos y las oraciones contestadas. 

Nuestra amistad se centra en Cristo, por eso tomamos de Él ejemplo y dirección. Él perseveró con sus amigos, sus discípulos. Fue intencional en buscar, en vivir con ellos, y mostrar Su amor en palabras «te amo, amigo o amiga» y en hacer tiempo, orar juntos, llamar con regularidad, y estar presente. Como Pablo nos exhorta en Filipenses 2:3-4 que dice: «No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás». Este pasaje es el resultado de estar unidos a Cristo (Fil 2:1-2) y ver el ejemplo de Cristo (Fil 2:5-8).  En la comunidad de creyentes, la amistad tiene un fundamento mucho mayor que simplemente gustos o contextos en común para forjar amistades duraderas y genuinas al caminar en este mundo caído y vivir de una forma que agrademos al Señor.

¿Qué clase de amigo eres? ¿Cuántos amigos tienes? Mi última exhortación es que, a través de meditar en la vida de Cristo, apuntemos a cultivar el perdón, la gracia, la misericordia, el servicio en nuestras amistades. Si algunos amigos se quedan ¡gloria a Dios! Si se van, ora por ellos y agradece por el tiempo que han estado en tu vida. Antes que digas: «es difícil tener amigos», ve tu corazón y lo que has creído de una amistad. Mi oración es que, por medio del amor de Cristo, podamos ser amigos que están en las buenas y en las malas, que habla la verdad en amor, y que no desisten de cultivar una amistad que Dios en su providencia nos da. 


[1] https://dle.rae.es/amistad


Manual del Evangelio para cristianos

Manual del evangelio

Los cristianos necesitan escuchar el evangelio aún después de su conversión. Dios nos ofrece el evangelio todos los días como un regalo donde sigue dándonos todo lo que necesitamos para la vida y la piedad. Manual del Evangelio para Cristianos está diseñado para hacer precisamente eso.

Utiliza este libro como una herramienta poderosa para predicarte el evangelio a diario, y sorpréndete de la diferencia que puede hacer en tu vida.


Comparte en las redes