La paternidad cristiana es un compromiso profundo que trasciende la mera provisión material o crianza superficial. En este artículo, exploraremos cómo se entrelaza con la Gran Comisión de hacer discípulos, comenzando desde el hogar. Como padres cristianos, esposos y líderes espirituales, modelamos obediencia y conocimiento de Dios, influenciando a las futuras generaciones. Este llamado implica enfrentar la guerra espiritual y sembrar en la fe de nuestros hijos, confiando en una cosecha eterna. Con esta perspectiva, es crucial explorar las responsabilidades específicas que recaen sobre los padres en esta noble labor espiritual, comprendiendo su importancia en la formación de nuestros hijos. 

Gran Comisión

Como cristianos, los padres compartimos una responsabilidad con el resto del pueblo de Dios: hacer discípulos. Esta es una responsabilidad general, dada a cada hijo de Dios. Al tener en cuenta que la Gran Comisión contempla la enseñanza de cómo obedecer los mandamientos de Jesús (Mt 28:18-20), y no solamente enseñar sus mandamientos, podemos notar una perspectiva de profundidad que a veces suele ser pasada por alto: se nos manda a ser ejemplos en la obediencia a nuestro Señor. Esto nos lleva a ir más allá de lo teórico, y poder presentarnos a nosotros mismos como modelos a seguir en cuanto a la obediencia a Jesús. Por otro lado, Jesús ordena el inicio del cumplimiento de la Gran Comisión, y lo hace de manera expansiva y centrífuga (Hch 1:8). Este patrón podría ser imitado, y, como padres cristianos, ¿cuál es nuestra “Jerusalén”? ¿cuál podría ser nuestro punto de partida? claramente, nuestra familia lo es. Necesitamos arraigar en nuestros corazones la noción de que nuestros hijos no nacen salvos y ellos aún no son misioneros, sino que todavía son el campo misionero, el más cercano a nosotros: ellos deberían ser el centro de nuestro compromiso con la Gran Comisión.

Liderazgo espiritual

Como esposos, tenemos la responsabilidad y el mandato claro de liderar espiritualmente en nuestro hogar, sometiéndonos al diseño establecido por Dios. Como se afirma en 1 Corintios 11:3, La cabeza de Cristo es Dios, Cristo es la cabeza del hombre, y el hombre es la cabeza de la mujer. Esto significa que, como varones, somos los primeros responsables de la espiritualidad de nuestra familia, incluyendo a nuestra esposa e hijos. No se trata simplemente de un llamado, sino que es un mandato específico que demanda nuestra atención prioritaria. Si descuidáramos esta área, estaremos fracasando en aquello de nuestros hijos que tiene la mayor duración: su alma.

Como padres, estamos llamados a enseñar diligentemente a nuestros hijos los mandamientos y la Palabra de Dios, tal como se nos instruye en Deuteronomio 6:6-7. Estas palabras deben ser parte integral de nuestra vida diaria, discutiéndolas en el hogar, mientras viajamos, al acostarnos y al levantarnos. Además, en Efesios 6:4 se nos insta a criar a nuestros hijos en la disciplina e instrucción del Señor. Esta responsabilidad va mucho más allá de simplemente proporcionar para sus necesidades materiales; implica guiarlos en el camino de la verdad y la justicia, modelando una vida de obediencia a Dios en todas las áreas. Debemos asimilar la idea de que un padre que no es docente en lo espiritual, es un padre ausente. También necesitamos comprender que uno de los primeros medios que Dios estableció para extender Su Reino es la transmisión de las Escrituras de generación a generación, en el seno familiar.

Así mismo, para ejercer nuestras responsabilidades de manera correcta, es necesario expandir nuestra visión:

Factores a tener en cuenta

En la paternidad cristiana, debemos ampliar nuestra mirada respecto a nuestras responsabilidades, contemplando nociones que son sumamente importantes, como son las referidas a la Guerra Espiritual, la relación entre paternidad y entrenamiento, y el principio de siembra y cosecha.

La paternidad bíblica es parte de la guerra espiritual

La paternidad bíblica está intrínsecamente ligada a una guerra espiritual. En 2 Corintios 10:3-5, Dios, a través de Pablo, nos enseña que, aunque vivimos en un mundo material, nuestra lucha no es física, sino espiritual. Nuestras armas son poderosas en Dios para derribar fortalezas, y estas fortalezas son especulaciones y razonamientos contrarios al conocimiento de Dios y a la obediencia de Cristo. Esta guerra espiritual implica no solo descartar ideas contrarias a la voluntad de Dios, sino también crecer en obediencia a Él. La obediencia a Dios refleja nuestra confianza en Él, mientras que la desobediencia revela incredulidad y soberbia al pensar que nuestras ideas son superiores a las divinas. 

En la crianza de nuestros hijos, esta guerra espiritual cobra un significado particular, ya que nuestra paternidad siempre debe ser examinada a la luz de la Palabra, destruyendo pensamientos y filosofías que se levantan contra el conocimiento de Dios y contra la obediencia de Cristo. Un ejemplo de uno de estos ataques es la abolición de la disciplina a nuestros hijos. En Hebreos 12:6-7 se nos enseña que parte del amor de Dios se manifiesta a través de la disciplina. Si nosotros creyéramos que la disciplina a los hijos se ejerce desde un lugar de abuso e injusticia, estaríamos afirmando indirectamente que Dios es injusto y abusador, lo cual es una gravísima acusación. En cambio, debemos rendirnos a la obediencia a Cristo, al conocimiento de Dios, y aceptar y ejercer la disciplina como Dios lo ha establecido en Su Palabra.

La paternidad bíblica es entrenamiento espiritual

La paternidad bíblica se presenta como un proceso de entrenamiento. En Lamentaciones 3:27 se nos enseña que es bueno que el hombre lleve un yugo desde su juventud. Este yugo representa dirección y autoridad externa, y es crucial desde temprana edad porque siempre habrá una autoridad a la cual rendir cuentas. El hogar es el escenario principal donde se lleva a cabo este entrenamiento, ya que los padres están formando a futuros adultos, y en nuestro caso, a futuros cristianos. Ignorar este principio desde una edad temprana suele resultar en la formación de individuos incapaces de trabajar junto a otros, inconstantes en sus compromisos y propensos a vivir en rebeldía. El pecado surge de nuestra resistencia e incapacidad de aceptar la autoridad de Dios sobre nuestras vidas, quien impone Su voluntad sobre la nuestra. En la crianza de nuestros hijos, es esencial impartir este entrenamiento desde una edad temprana, guiándolos hacia una vida de sumisión y obediencia a la autoridad, que finalmente deberán ser canalizadas a la sujeción a la voluntad de Dios.

La paternidad bíblica es una siembra espiritual 

En la paternidad bíblica se puede aplicar el principio de siembra y cosecha. En Gálatas 6:7-9, Dios nos enseña que cada siembra tiene una cosecha correspondiente: aquellos que siembran para su propia carne cosecharán corrupción, pero los que siembran para el Espíritu cosecharán vida eterna. La siembra espiritual requiere esfuerzo, constancia, diligencia y paciencia. La calidad de la cosecha es el resultado directo de la calidad de la siembra. Aunque sabemos que estos es una generalidad y no un dogma absolutista, como padres, debemos dedicarnos a sembrar y promover el crecimiento espiritual de nuestros hijos por todos los medios posibles. Aunque es importante proveer para sus necesidades materiales, nuestra principal preocupación debe ser sembrar en su vida espiritual, ya que esta es la cosecha que perdurará por la eternidad. Incluso, a mediano plazo, al sembrar espiritualmente en la vida de nuestros hijos, estaremos aportando un camino de bendición para el hogar de nuestros nietos. Es sabio prolongar la perspectiva y comprender que nuestras acciones tienen repercusiones más allá de nuestra generación.

Conclusión

En síntesis, la paternidad cristiana es un sagrado llamado que va más allá de la simple provisión material o la crianza superficial. Es un compromiso profundo con la Gran Comisión de hacer discípulos, comenzando por el núcleo más íntimo de nuestro hogar. Como varones cristianos, esposos y padres, estamos llamados a someternos al diseño de Dios como la cabeza espiritual de nuestra familia, modelando una vida de obediencia y conocimiento de Él. Reconocemos que nuestra labor paternal es crucial en la formación de futuros adultos y cristianos, enfrentando la guerra espiritual con valentía y determinación. Al sembrar con diligencia y amor en la vida espiritual de nuestros hijos, depositamos nuestra confianza en la promesa divina de una cosecha abundante y eterna, no solo en la vida de ellos, sino también en las generaciones venideras. Manteniendo una perspectiva a largo plazo, perseveramos en nuestra misión paternal, aferrándonos a la esperanza y certeza de que Dios es fiel para cumplir Su propósito en nuestras familias. En todo esto, siempre es bueno tener presente que Dios Padre nos brinda su provisión perfecta (Romanos 8:32), y que Jesús nos garantiza su compañía cuando hacemos discípulos suyos (Mateo 28:18-20). Cobremos aliento en la crianza de nuestros hijos, sigamos la instrucción divina, y descansemos en nuestro Señor ¡Él bendecirá a nuestros hijos a través nuestro!


Criando hijos

Con un enfoque profundo y respaldado por expertos en cada área, la serie abarca temas cruciales como la educación digital, la salud emocional, la sexualidad, la autoimagen y la crianza basada en la gracia.


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