Vivimos en un mundo de constantes cambios. Nacemos, crecemos, morimos. Cambiamos de trabajo, de código postal, de iglesia. Las relaciones cambian; cambian los gobiernos, cambian las iglesias—todo está en constante cambio. La moralidad en nuestra sociedad cambia—pecados que antes eran vergüenza se han convertido en fuente de celebración y orgullo. Mientras escribo, estamos luchando con una pandemia, el Covid 19, que ha traído cambios y fatalidades y nos ha llevado a reflexionar en la muerte. El Centro Nacional de Estadísticas de la Salud de los Estados Unidos informa las siguientes cifras de mortalidad para el 2017 en dicho país: Número de muertes: 2,813,503. Causas: Enfermedades del corazón: 647,457; cáncer: 599,108; accidentes: 160,201; enfermedades respiratorias crónicas: 146,383; derrames: 146,383; enfermedades de Alzheimer: 121,404; diabetes: 83,564; influenza y neumonía: 55,672; nefrosis: 50,633; suicidio: 47,173.[1] Estos cambios inesperados e indeseables crean estrés y descontento produciendo un sentido de inestabilidad.

El Dios que no cambia

Sin embargo, la Biblia enseña que Dios no está supeditado a los cambios de este mundo. Él es incambiable o inmutable. En Malaquías, el profeta enfatiza la inmutabilidad de Dios: “Porque yo, el Señor, no cambio; por eso vosotros, oh hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Mal. 3:6). El autor del libro de Hebreos está interesado en introducir quién es Jesucristo, especialmente sus atributos incomunicables: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). “Y: Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de tus manos; ellos perecerán, pero tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se envejecerán, y como un manto los enrollarás; como una vestidura serán mudados. Pero tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin” (He. 1:10-12). “Los sacerdotes anteriores eran más numerosos porque la muerte les impedía continuar, pero Él conserva su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre. Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos” (He. 7:23-25). Santiago dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). El salmista describe la permanencia de Dios de la siguiente manera: “Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca. Él junta las aguas del mar como un montón; pone en almacenes los abismos. Tema al Señor toda la tierra; tiemblen en su presencia todos los habitantes del mundo. Porque Él habló, y fue hecho; Él mandó, y todo se confirmó. El Señor hace nulo el consejo de las naciones; frustra los designios de los pueblos. El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de su corazón de generación en generación” (Sal. 33:6-11). Estos pasajes afirman que Dios no cambia.

Por definición, inmutabilidad significa que no puede ser cambiado o alterado. Cuando se habla de Dios como inmutable no se acentúa que Él no es invariable o inalterable; sino que Dios es estable y constante. Wayne Grudem define la inmutabilidad de Dios de la siguiente manera: Dios es inalterable en su ser, perfecciones, propósitos y promesas, y sin embargo Dios en efecto actúa y siente emociones, y actúa y siente en forma diferente en respuesta a situaciones diferentes.[2] John F. MacArthur y Richard Mayhue definen la inmutabilidad de Dios como “la perfecta inalterabilidad en su esencia, carácter, propósito y promesa”.[3] Esto no significa que “Dios sea estático o inerte ni que no actúe claramente en el tiempo o posea auténticas emociones”.[4] La impasibilidad de Dios no enseña que él no se conmueva o muestre emoción alguna ante un estímulo externo. Millard J. Erickson añade que en la constancia divina no hay cambio cuantitativo, Dios no puede incrementarse en nada; y en Dios tampoco existe cambio cualitativo, la naturaleza de Dios no experimenta modificaciones.[5] Simplemente que Dios no es humano y su sentimiento no es como el nuestro. Él siente, pero su sentimiento es divino y sin cambio de esencia o propósito porque él es perfecto. Cuando la Biblia habla que Dios cambia o se arrepiente no es sino un lenguaje antropomórfico o antropopático, figuras y emociones humanas aplicadas a la deidad con el fin de tratar de entender a la divinidad.

Por definición, inmutabilidad significa que no puede ser cambiado o alterado. Cuando se habla de Dios como inmutable no se acentúa que Él no es invariable o inalterable; sino que Dios es estable y constante.

¿Qué tiene que ver con la vida práctica del cristiano?

La implicación de la teología bíblica que Dios no cambia para nosotros los creyentes significa que podemos vivir confiadamente en él. Dios es perfecto y en su perfección no hay nada alterable en él o algo que necesite ser añadido. En Dios no hay inconsistencia, variación o cambio. Solamente Dios es inmutable y esto separa a Dios de toda la creación que está en constante cambio. Dios es el mismo ayer, hoy, y por los siglos. El mismo Dios que trató con Abraham es el que trata con nosotros. El mismo Dios que perdonó a David de su pecado de adulterio es el mismo Dios que nos perdona a nosotros de todas nuestras desobediencias. El mismo Dios que dio a su Hijo unigénito es el que nos da con él todas las cosas. Porque Dios es incambiable, sus palabras y sus propósitos son incambiables. Por eso las Escrituras nos enseñan: “Para siempre, oh Señor, tu palabra está firme en los cielos” (Sal. 119:89). “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35). Porque Dios no cambia, su Palabra no cambia, y sus promesas no cambian: “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38-39).

En el sufrimiento podemos contar con el carácter incambiable de Dios pues él tiene propósitos mayores y buenos que nosotros no entendemos y que tal vez nunca los entenderemos. En su sufrimiento y arrepentimiento, Job reconoce lo siguiente de Dios: “Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2 RV60).[6] El salmista reconoce esta verdad con diferentes palabras: “El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de su corazón de generación en generación” (Sal. 33:11).[7]

Dios es descrito en la Biblia como la Roca. Los israelitas entendían que Dios era no una roca, sino la Roca, la fuente de protección y estabilidad. Dios era su fuerza, esperanza y refugio. Esta metáfora de Dios como la Roca apunta a la consistencia de Dios por su pueblo, especialmente en momentos de necesidad. Moisés engrandece el nombre de Dios diciendo: “¡La Roca! Su obra es perfecta, porque todos sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es Él” (Dt. 32:4). El salmista también describe a Dios como la Roca que da fuerza, protección, y provisión: “Pues, ¿quién es Dios, fuera del Señor? ¿Y quién es roca, sino solo nuestro Dios, el Dios que me ciñe de poder, y ha hecho perfecto mi camino? Él hace mis pies como de ciervas, y me afirma en mis alturas. Él adiestra mis manos para la batalla, y mis brazos para tensar el arco de bronce” (Sal. 18:31-34). Dios es la Roca de nuestra vida, significa que él es inmutable y consistente, digno de ser confiado.

Dios es la Roca firme de nuestra salvación en quien podemos edificar nuestra casa aun en medio de las lluvias y los vientos que golpean en contra de la casa (Mt. 7:24-29). Él es el ancla de nuestra alma en medio de las tormentas de la vida. Esto significa que en medio de los reveses de la vida podemos decir con el salmista: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo. Selah” (Sal. 46:1-3).

En Hebreos 1, el escritor enfatiza la inmutabilidad de Dios al citar el Salmo 102.[8] El contexto de este salmo pone por sentado la seguridad del carácter inmutable de Dios y lo que esto significa para su pueblo:

Desde la antigüedad tú fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se desgastarán, como vestido los mudarás, y serán cambiados. Pero tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin. Los hijos de tus siervos permanecerán, y su descendencia será establecida delante de ti” (Sal. 102:25-28).

El salmista, ante la dificultad y los constantes cambios del mundo, encuentra su refugio en Dios que no cambia y, por lo tanto, los hijos de Dios “habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti” (v. 28). Nosotros como pueblo de Dios necesitamos la Roca de nuestra salvación donde podamos apoyar nuestra fe, especialmente ante las vicisitudes de la vida. Cuando escuchamos que hay falta de salud, carencia de trabajo, la elección de un candidato político que no es de nuestra preferencia, o la muerte de un ser amado, entendamos esta verdad—hay algo que no cambia y que permanece para siempre—nuestro Dios inmutable.  

Fidelidad inmutable

El mundo y las cosas que en él hay continúan cambiando. Algunos de estos cambios nos afectan más que otros. Sin embargo, no importan los cambios que encaremos, podemos confiar en la Roca de nuestra salvación y escondernos en él. Su carácter, su palabra, y sus promesas continúan constantes para siempre. En un mundo tan incierto y cambiante es satisfactorio saber que nuestro Señor es incambiable. La fidelidad de Dios nos sostiene y nos habilita aun en momentos difíciles. La bendición de que Dios no cambia significa que él nos ama con amor eterno y sus promesas son fieles para siempre, pues irrevocable es su llamado como también sus dádivas (Ro. 11:29). Aun en medio de nuestra infidelidad, Dios permanece fiel pues su carácter es incambiable (2 Ti. 2:13).

El mundo y las cosas que en él hay continúan cambiando. Algunos de estos cambios nos afectan más que otros. Sin embargo, no importan los cambios que encaremos, podemos confiar en la Roca de nuestra salvación y escondernos en él.

Meditando en la fidelidad y la inmutabilidad de Dios a través de las Escrituras, Tomas Obadiah Chisholm, escritor de himnos y versos devocionales, escribió en el siglo XIX el himno evangélico llamado, “Grande Es Tu Fidelidad.” Su condición cuando escribió este himno no era óptima. Ya estaba en edad avanzada, enfermo, con pocos recursos económicos. Sin embargo, Chisholm no falló en reconocer la infalible fidelidad de un Dios que cumple sus promesas, sostiene, y cuida.[9] Cuando entendemos apropiadamente la inmutabilidad de Dios entonces nos unimos a Chisholm y otros creyentes en adoración a Dios y podemos cantar:

Oh, Dios eterno, tu misericordia.

Ni una sombra de duda tendrá;

Tu compasión y bondad nunca fallan,

Y por los siglos el mismo serás.

¡Oh, tu fidelidad! ¡Oh, tu fidelidad!

Cada momento la veo en mí.

Nada me falta, pues todo provees,

¡Grande, Señor, es tu fidelidad!

La noche obscura, el sol y la luna,

Las estaciones del año también,

Unen su canto cual fieles criaturas,

Porque eres bueno, por siempre eres fiel.

Tú me perdonas, me impartes el gozo,

Tierno me guías por sendas de paz;

Eres mi fuerza, mi fe, mi reposo,

Y por los siglos mi Padre serás.

Incambiable Señor, vengo delante de ti reconociendo tu carácter incambiable y tu naturaleza eterna. ¡Señor, eres fiel! Gracias Señor, porque en medio de nuestra bajeza y alterabilidad tú permaneces fiel. Por tu carácter inmutable podemos confiar en tus propósitos y promesas eternas. Yo suplico por mis lectores, especialmente por aquellos que están atravesando por el valle de sombra y de muerte para que les des una visión solida que tú eres la Roca de nuestra salvación inmovible e inalterable en quien podemos confiar. Señor, bendice a tu pueblo a medida que entendemos que tú eres nuestra fuerza, fe, y reposo. ¡Te amamos, Señor Dios!


[1] https://www.cdc.gov/nchs/fastats/deaths.htm

[2] Wayne Grudem, Teología Sistemática: Una Introducción a La Doctrina Bíblica (Miami, FL: Editorial Vida, 2007), 166.

[3] John F. MacArthur and Richard Mayhue, Teología Sistemática: Un Estudio Profundo de la Doctrina Bíblica (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 2017), 174-5.

[4] Ibid.

[5] Millard J. Erickson, Teología Sistemática. Colección Teológica Contemporánea, Tomo 28, (Barcelona, España: Clie, 2008), 302.

[6] Las siguientes versiones dicen: “Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado” (LBA); “Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus planes” (NVI).

[7] “Pero los planes del SEÑOR quedan firmes para siempre; los designios de su mente son eternos” (NVI).

[8] Los primeros dos versículos de este capítulo son un epígrafe que introduce el salmo. Esta supraescriptura provee el tema que tiene que ver con el que sufre, pero no solo el que sufre, es el que sufre bien delante de Dios reconociendo su carácter inmutable.

[9] https://www.literaturabautista.com/himno-oh-tu-fidelidad/


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